sábado, 11 de septiembre de 2010

El Amor


Al hablar de la voluntad dijimos que una de las cinco formas de querer podía llamarse amor de benevolencia. La benevolencia como actitud moral también nos es familiar: consiste en prestar asentimiento a lo real, ayudar a los seres a ser ellos mismos.

Si pensamos un poco más en esa definición, y sobre todo en esa actitud, enseguida descubriremos que consiste en afirmar al otro en cuanto otro. Esto también puede ser llamado amor: «amar es querer un bien para otro». El amor como benevolencia consiste, pues, en afirmar al otro, en querer más otro, es decir, querer que haya más otro, que el otro crezca, se desarrolle, y se haga «más grande». Esta forma de amor no refiere al ser amado a las propias necesidades o deseos, sino que lo afirma en sí mismo, en su alteridad. Por eso es el modo de amar más perfecto, porque es desinteresado, busca que haya más otro. También podemos llamarlo amor-dádiva, porque es el amor no egoísta, el que ante todo afirma al ser amado y le da lo que necesita para crecer. Por eso, amar es afirmar al otro.

Sin embargo, también existe la inclinación a la propia plenitud, un querer ser más uno mismo. Esto es una forma de amor que podemos llamar amor-necesidad, porque nos inclina a nuestra propia perfección y desarrollo, nos hace tender a nuestro fin, nos inclina a crecer, a ser más. Por eso podemos llamarlo también amor de deseo. Esta forma de amor es el primer uso de la voluntad, que hemos llamado simplemente deseo o apetito racional. Según él, amar es crecer. En cuanto la voluntad asume las tendencias sensibles, en especial el deseo, éstas pueden llamarse también amor, en el sentido de amor-necesidad o amor natural: «se llama amor al principio del movimiento que tiende al fin amado», como dijimos al clasificar los sentimientos y pasiones.

Hay que decir, sin embargo, que llamar amor al deseo de la propia plenitud, a la inclinación a ser feliz, a la tendencia sensible y a la racional, puede hacerse siempre y cuando este deseo no se separe del amor de benevolencia, que es la forma genuina y propia de amar de los seres humanos. La razón es la siguiente: el puro deseo supedita lo deseado a uno mismo, es amarse a uno mismo, porque entonces se busca la propia plenitud, y la consiguiente satisfacción, y, por así decir, se alimenta uno con los bienes que desea y llega a poseer. Pero a las personas no se las puede amar simplemente deseándolas, porque entonces las utilizaríamos para nuestra propia satisfacción. A las personas hay que amarlas de otra manera: con amor de amistad o benevolencia.

Así pues, el amor se divide de un primer modo, que es considerando su forma, uso o manera, que es, como se acaba de ver, doble: el amor-necesidad y el amor dádiva. En las acciones nacidas de la voluntad amorosa, que se explicarán después, sucede algo realmente singular: el quinto uso de la voluntad (el amor dádiva) refuerza y transforma los cuatro restantes, empenzando por el amornecesidad o deseo. Hay, pues, una correspondencia del amor de benevolencia con el amor-necesidad y los restantes usos de la voluntad, de la cual resulta que éstos se potencian al unirse con aquél. Antes de exponer esas acciones, y para terminar la exposición general acerca del amor, son necesarias tres precisiones:

1) Todos los actos de la vida humana, de un modo o de otro, tienen que ver con el amor, ya sea porque lo afirman o lo niegan. El amor es el uso más humano y más profundo de la voluntad. Amar es un acto de la persona y por eso ante todo se dirige a las demás personas. Sin ejercer estos actos, y sin sentirlos dentro, o reflexionar sobre ellos, la vida humana no merece la pena ser vivida.

De aquí se sigue que el amor no es un sentimiento, sino un acto de la voluntad, acompañado por un sentimiento, que se siente con mucha o poca intensidad, e incluso con ninguna. Puede haber amor sin sentimiento, y «sentimiento» sin amor voluntario. Sentir no es querer. En las líneas que siguen se pueden ver muchos ejemplos de actos del amor que pueden darse, y de hecho se dan, sin sentimiento «amoroso» que los acompañe. El amor sin sentimiento es más puro, y con él es más gozoso. Pero ambos no se pueden confundir, aunque tampoco se pueden separar.

Ese sentimiento, que no necesariamente acompaña al amor sensible o voluntario, puede llamarse afecto. Amar es sentir afecto. El afecto es sentir que se quiere, y se reconoce fácilmente en el amor que tenemos a las cosas materiales, las plantas y los animales, a quienes «cogemos cariño» sin esperar correspondencia, excepto en el caso de los últimos. El afecto produce familiaridad, cercanía física, y nace de ellas, como ocurre con todo cuanto hay en el hogar. Pero además de afectos, el amor tiene efectos: como todo sentimiento, se manifiesta con actos, obras y acciones que testifican su existencia también en la voluntad. Los afectos son sentimientos; los efectos son obra de la voluntad. El amor está integrado por ambos, afectos y efectos. Si sólo se dan los primeros, es puro sentimentalismo, que se desvanece ante el primer obstáculo.

2) Uno de los efectos del amor es su repercusión en el propio sujeto que ama, y se llama place, que es el gozo o deleite sentido al poseer lo que se busca o realizar lo que se quiere. De este modo «el placer perfecciona toda actividad» y la misma vida, llevándola como a su consumación. Se pueden señalar dos clases de placeres: «los que no lo serían si no estuvieran precedidos por el deseo, y aquellos que lo son de por sí, y no necesitan de esa preparación».

A los primeros podemos llamarles placeres-necesidad, y nacen de la posesión de todo aquello que se ama con amor-necesidad, por ejemplo, un trago de agua cuando tenemos sed. A los segundos podemos llamarlos placeres de apreciación, y llegan de pronto, como un don no buscado, por ejemplo, el aroma de un naranjal por el que cruzamos. Este segundo tipo de placer exije saber apreciarlo: «los objetos que producen placer de apreciación nos dan la sensación de que, en cierto modo, estamos obligados a elogiarlos, a gozar de ellos», por ejemplo, todos los placeres relacionados con la música. Se sitúan en el orden del amor-dádiva porque exigen una afirmación placentera de lo amado independiente de la utilidad inmediata para quien lo siente. El término satisfacción, que se puede aplicar al primer tipo de placer, esclarece también lo que se quiere indicar con el segundo.

La idea más habitual acerca del placer lo restringe más bien a la fruición sensible y «egoísta» propia de los placeres-necesidad (dejarse caer en el sillón al llegar a casa), pero tiende a dejar en la penumbra la satisfacción, más profunda, de los placeres de apreciación (encontramos un regalo en nuestra habitación). Los placeres gustan al hombre, de tal modo que los busca siempre que puede. Está expuesto por ello al peligro de buscarlos por capricho, y no por necesidad, haciendo de ellos un fin, incurriendo entonces en el exceso (beber más de la cuenta si estamos sedientos). Enseñar a alcanzar el punto medio de equilibrio entre el exceso y el defecto de los placeres corresponde a la educación moral, que produce la armonía del alma.

3) La división del amor en amor-necesidad y amor-dádiva se hace, como se ha dicho, según el modo de querer en uno y otro caso (primer y quinto uso de la voluntad respectivamente). Sin embargo, también se puede dividir el amor según las personas a quienes se dirige, según tengan con nosotros una comunidad de origen, natural o biológico, o no lo tengan.

En el primer caso, se da una cercanía y familiaridad físicas que hacen crecer espontáneamente el afecto: padres, hijos, parientes... Este es un amor a los que tienen que ver con mi origen natural. Podemos llamarlo amor familiar o amor natural. Cuando no se da esta comunidad de origen, el tipo de amor es diferente: lo llamaremos amistad, que a su vez puede ser entendida como una relación intensa y continuada, o simplemente ocasional. Un tercer tipo es aquella forma de amor entre hombre y mujer que llamaremos eros y forma parte la sexualidad, y de la cual nace la comunidad biológica humana llamada familia: es un amor de amistad transformado, intermedio entre esta última y el amor natural.

El Optimismo


Una persona optimista, se caracteriza por poseer ciertas cualidades que hacen a este valor, tales como el entusiasmo, el dinamismo, el emprendimiento ante determinadas circunstancias y por sobre todas las cosas, siempre vive de los hechos, es decir con los pies bien en el suelo.

Este valor nos permite confiar en nuestras capacidades y posibilidades, enfrentando con perseverancia y estado anímico muy positivo ante cualquier dificultad que se nos presente en el camino. Nos ayuda, a descubrir lo bueno de las personas que nos rodean y a aceptar todo tipo de favores que nos ofrezcan de corazón.

El optimismo, nos permite encontrar soluciones, ventajas y posibilidades ante los inconvenientes surgidos. La diferencia de su valor opuesto, el pesimismo, es que la primera nos insiste en apreciar todas las cosas, lograr que nuestras actitudes cambien.

Sin embargo, cabe aclarar que no siempre la consecuencia lógica del optimismo es el éxito. Sino que a veces podemos equivocarnos y lograr los resultados esperados. Esto nos da ha entender que el optimismo es una actitud de recomenzar permanentemente sobre nuestras acciones, decisiones, hechos y vivencias; para ver en que fallamos y comprenderlos para en un futuro inmediato, superarnos y lograr los objetivos tan deseados.

Las personas que poseen este valor, no se creen los conocedores de los recursos necesarios para triunfar ante cualquier circunstancia, sino que saben buscar ayuda como una alternativa para mejorar, o en el mejor de los casos alcanzar sus objetivos propuestos. Esto no desacredita nuestro esfuerzo personal, sino que nos hace más sinceros en nuestras iniciativas.

El optimista refuerza y alimenta su perseverancia. Es una persona que se detiene a pensar en todas las posibilidades, luego las piensa y toma la que considera pertinente para esa ocasión. Esto evita que nos engañemos ante una falsa realidad que nos asegura una vida más fácil y placentera.

En todas las instancias de nuestra vida deben ser optimistas. Por ejemplo, ante las demás personas podemos lograr una mejor relación, ya que nos predispondremos ante ellos de una manera positiva. Reconoceremos en el momento adecuado el aliento que el otro necesite, la motivación o solamente la presencia que el necesite.
Cada persona tiene algo bueno, cualidades y aptitudes y por ende defectos. En estos últimos podemos ayudarlos a superarlos o hacerles ver en que se equivocan. El optimismo, es el valor justo que nos ayuda a reconocerlos. Por eso dejemos ayudar, no nos encerremos en nosotros mismos después de los fracasos.

Entonces nos preguntamos, ¿Cómo hacemos para alcanzar esa actitud optimista? Y la respuesta es simple: “solamente hace falta disposición entusiasta y positiva”.
Por ello, siempre analiza las situaciones desde esta perspectiva y veras que las cosas pueden llegar a solucionarse mas rápido de lo que esperabas.

Nunca critiques o te quejes de alguna persona, sino que esfuérzate y sugiérele opciones y soluciones, que muchas veces el enceguecido no la ve. Si so honesto y justo, descubrirás en esa persona cualidades y capacidades que no creías de su existencia.

En cambio, si es a ti el que no te salen las cosas, sincérate contigo mismo y pide ayuda en otras personas, logrando así una posible solución de manera más rápida. De igual manera, analiza las decisiones, pues muchas veces la ligereza no lleva al camino de la imprudencia y no al del optimismo.

Por lo tanto, una persona optimista es aquella que siempre ha encontrado en la desdicha incitaciones para superarse, ya que podemos lograr un aprendizaje positivo de nuestros errores y equivocaciones. Seres personas productivas y emprendedoras en la medida que nos esforcemos y manifestemos de manera alegre, el valor del optimismo.

Desprendimiento


Es un valor, cuya función principal es enseñarnos a utilizar correctamente nuestros bienes y recursos evitando apegarse a ellos, los cuales muchas veces pueden llegar a estar al servicio de los demás. El desprendimiento definitivamente, nos educará para no girar en torno de las cosas materiales y pongamos el corazón en las personas.

Dos cuestiones fundamentales en este valor, son superar el egoísmo e indiferencia al que acostumbramos a dejarlos como parte de nuestro ser. Para ello debemos reconocer que todos tenemos necesidades y en algunos casos, carencias. Lo bueno es dejar de lado, todo lo que nos hace ser indiferentes, para colaborar en el bienestar de los demás.

La importancia que le cedemos a las cosas, el uso que hacemos de ella y la intención que tenemos para ponerlas al servicio de los demás, son algunos aspectos que hacen al valor del desprendimiento.

Recuerda, los esfuerzos que hacemos a diario para poseer todo aquello que soñamos… son muchas veces bienes materiales, que nos crean una falsa ilusión y al cual pretendemos darle el valor de cubrir con nuestro vacío interior. Por ello, no dejemos que estas simples cosas se conviertan en los afectos en el orden principal, dejando de lado a las demás personas y su bienestar.

Debemos tener en cuenta, que el cuidar de nuestras cosas y el buen uso que hacemos de ellas, no tienen nada que ver con el afecto denominado apego a las cosas materiales. Y justamente se origina en los recuerdos y el valor económico que generó la adquisición de los mismos.

Justamente, el desprendimiento es el valor que nos ayuda a superar el aprecio y el sentimiento de posesión y exclusividad hacia determinadas cosas, para ofrecerlos gratamente a los demás.

Este valor, cabe aclarar muchas veces se presta a confusión con el solo hecho de deshacernos de todo aquello que no utilizamos y no lo pensamos volver a manipular. Pero esa actitud, lo único que hace es manifestar hacia la persona que lo recibe, poco respecto por parte nuestra.

Otra cuestión a tener en cuenta, es que este valor se centra en otros recursos más allá de los materiales. Por ejemplo: son importantes los momentos que brindamos en cuanto a nuestros conocimientos, cualidades y habilidades; hacia las otras personas. Pero siempre ello implica dejar de lado nuestro tiempo de ocio y descanso, preferencias y comodidades, para ayudar a quien lo necesite.

Por ello, consideramos que el desprendimiento es una entrega totalmente generosa de lo que posemos y que por ende no tiene medida para su cumplimiento. Ejemplos de este valor podrían ser siempre de acuerdo a tus posibilidades, el cumplimiento en distintas obras de beneficencias, enseñar y aprender de todo lo que sabes hacia los demás, regalar cosas a las cuales considerar que son un apego, decir sí aunque te cueste cuando te pidan algo prestado, entre otras cosas.

En pocas palabras, este valor nos ayuda a nosotros y por ende sociedad en su conjunto, ya que nos permite crecer como personas siendo más bondadosas y generosas. A su vez sentiremos que todos nuestros círculos íntimos (amigos y familiares) mejoraran relacionalmente y nos hará personas más actuantes desde el corazón.

El Sacrificio


El valor del sacrificio es aquel esfuerzo extraordinario para alcanzar un beneficio mayor, venciendo los propios gustos, intereses y comodidad.

Debemos tener en mente que el sacrificio –aunque suene drástico el término-, es un valor muy importante para superarnos en nuestra vida por la fuerza que imprime en nuestro carácter. Compromiso, perseverancia, optimismo, superación y servicio, son algunos de los valores que se perfeccionan a un mismo tiempo, por eso, el sacrificio no es un valor que sugiere sufrimiento y castigo, sino una fuente de crecimiento personal.

¿Por qué es tan difícil tener espíritu de sacrificio? Porque estamos acostumbrados a dosificar nuestro esfuerzo, y a pensar que “todo” lo que hacemos es más que suficiente. Dicho de otra forma: debemos luchar contra el egoísmo, la pereza y la comodidad.

Todos somos capaces de realizar un esfuerzo superior dependiendo de nuestros intereses: las dietas rigurosas para tener una mejor figura; trabajar horas extra e incluso fines de semana para consolidar nuestra posición profesional; quitar horas al descanso para estudiar; ahorrar en vez de salir de vacaciones... El problema central, es que no debemos movernos sólo por intereses pasajeros, debemos ser constantes en nuestra actitud.

Es de suponer que el guardar la dieta, hacer ejercicio, pasar las horas con una lectura de particular interés o por nuestra mano dar mantenimiento al automóvil, suponen un esfuerzo personal -y dependiendo de su naturaleza un beneficio propio-, colaboran a vivir el valor del sacrificio, pero también es sacrificio saber dejar a tempo nuestras aficiones, aplazarlas y darles su momento, para servir a los demás y no descuidar nuestras principales obligaciones.

Efectivamente hay personas que cumplen con sus deberes y obligaciones de forma extraordinaria, pero pocas veces llevan ese mismo esfuerzo en todos los aspectos de su vida: Pensemos en quien sólo asiste en casa los fines de semana pero se niega a convivir con la familia, salir de paseo o dedicar un tiempo a los hijos, argumentando cansancio y deseos de liberarse de la presión del trabajo. Pese a la realidad de esta situación, su sacrificio está delimitado por la rutina de la oficina, ¿no es esto algo extraño?. El valor del sacrificio contempla dar ese “extra” también en casa, en ese horario y con esas personas que desean gozar de la compañía generalmente ausente de cualquiera de los miembros.

En muchas ocasiones caemos en actitudes que restan mérito a todo lo bueno que hacemos: expresar constantemente nuestro cansancio o echar en cara lo mucho que hacemos y lo poco que los demás nos comprenden. Esta forma de ser demuestra poco carácter y fortaleza interior, cuando no, un medio para evadir algunas responsabilidades.

Son muchos los ejemplos de sacrificios comunes y corrientes, pero pocas veces se notan cuando no existe la intención de demostrarlo: salir a trabajar habiendo pasado mala noche, o tal vez con ciertos síntomas de enfermedad; sonreír a pesar de nuestro estado de ánimo, sea de enojo o tristeza; colaborar en los cuidados de un enfermo; limpiar el piso de la oficina que se ensució por descuido; no asistir a la reunión semanal para llevar a los hijos a un evento deportivo.

Por otra parte, algunas situaciones son bastante fáciles de prever, como el compañero que siempre hace bromas pesadas; el bebé que una vez más necesita cambio de ropa; el platillo que nos desagrada; hacer fila en el supermercado... Son muchas las cosas que nos desagradan y no podemos esperar que todo sea a nuestro gusto. El verdadero valor del sacrificio consiste en sobrellevarlas, intentando poner buena cara, sin quejas ni remilgos.

Con todos lo ejemplos mencionados, podemos darnos cuenta que la mayoría de nuestros sacrificios están orientados a servir a los demás; tal vez, ni siquiera nos habíamos percatado de la importancia que tienen esos pequeños detalles para formar una personalidad firme y recia.

El espíritu de sacrificio no se logra con las buenas intenciones, se desarrolla haciendo pequeños esfuerzos. Por eso es necesario que tengas en mente:

- Aprende a darle un tiempo prudente a tus aficiones y descansos.

- Procura no hablar de tus esfuerzos, ni poner cara de sufrimiento para que los demás se den cuenta de lo mucho que haces.

- Haz un poco más de lo habitual: juega más con tus hijos; limpia y acomoda algo en casa; recoge la basura de los pasillos; convive con los compañeros de la oficina...

- Controla y modera tu carácter y estados de ánimo.

- Este último punto contempla de alguna manera a todos los anteriores: Haz una lista de las cosas que te desagradan y las que te cuestan más trabajo, elige tres y comienza a luchar en ellas diariamente.

Todo aquello que vale la pena requiere de sacrificio, pues querer encontrar caminos fáciles para todo, sólo existe en la mente de personas con pocas aspiraciones. Quien vive el valor del sacrificio, va por un camino de constante superación, haciendo el bien en todo lugar donde se encuentre.

jueves, 9 de septiembre de 2010

El Autodominio


Es una actitud que nos estimula a cambiar positivamente nuestra personalidad. Esto se debe a que uno puede controlar los impulsos de nuestro carácter y la tendencia a la comodidad mediante la voluntad. De esta manera y serenamente seremos capaces de confrontar los contratiempos y a comprender de una manera más paciente las relaciones personales.

Siempre que se realizan acciones totalmente inadecuadas, es justamente porque esa fuerza interior no existe. Nuestro estado de ánimo, resulta en una convivencia poco grata, que finaliza siempre en el impedimento de nuestros propósitos buscados.

Ahora bien, ¿de dónde proviene ese poder de autodominio? Diríamos que son valores que se forman diariamente a través de su práctica y obviamente en el esfuerzo que uno ponga para descubrir su personalidad y dentro de ella, aquellos rasgos poco favorables. A tal punto que las costumbres y hábitos que poseemos, hacen que este valor brille por su ausencia, nuestra tarea en autoanalizarnos para ver cual de ellos nos determinan e impiden vivir a pleno el autodominio.

Las formas de reacción ante determinadas circunstancias y los distintos aspectos de nuestra personalidad, es reconocida a través del autodominio. Por ello, nuestras prácticas deben ser siempre desde una perspectiva positiva. Estos cambios no son sencillos, ya que involucran los diferentes ámbitos de nuestra vida (laboral, económica, familia, pareja, entre otras), por ende requieren atención y esfuerzo para prever nuestras reacciones.

Ojo, que hay cosas muy pequeñas que también constituyen una manera excelente y oportuna para practicar el autodominio. Y ello esta vinculado a las costumbres más radicadas en nosotros, es decir nuestros gustos y comodidades personales. A partir de aquí, podríamos comenzar a fortalecer este valor, mediante la capacidad de privaciones agradables para sobrellevar situaciones no placenteras.

¿Cómo podemos advertir que carecemos de ese valor, o estamos frente a personas que no lo ejercitan? Simplemente, vemos que algunas personas quieren ser el centro de atención en cuanto lugar se les ocurra, o absorber conversaciones y demostrar constantemente sus logros. Si en cambio, son personas que actuamos con sencillez y no hablamos de más, es porque poseemos el valor del autodominio.

Sin embargo, uno puede preguntarse ¿cuáles son los beneficios de este valor? La respuesta es positiva y variada, por ejemplo en la familia el autodominio es indispensable, ya que nos permite poseer una sana convivencia, tolerar fricciones del día a día, entendernos más a través de la comprensión, serenidad, cariño y responsabilidad ante nuestros seres.

Además, nos impulsa a ser discretos y maduros, ante situaciones que son incongruentes con nuestra forma de pensar. Ello, recuerda evitará que las demás personas nos critiquen y difamen por no actuar con autodominio.

Todos nuestros hábitos pueden perfeccionarse, a través de su práctica y del esfuerzo. En su inicio y desarrollo, deberemos aprender a escuchar más, no sobresalir delante de las personas por malos hábitos, modales o falta de educación, entre otras. Impide dar consejos no solicitados e imprudentes en cuestiones que a lo mejor no pertenece a tu vida relacional. Es por ello, que evites las actitudes que te enojan para cuidar tus relaciones personales.

Siempre reflexiona las situaciones del día a día que te afligen, te generan pereza o impiden que logres cumplir con tus responsabilidades. Para luego pensar alguna actitud correcta a llevar a cabo y lograr formar en ti, este valor denominado autodominio, y observarás que luego lo podrás efectivizar en cualquier escenario de tu vida cotidiana.

Sentirás la tranquilidad del deber cumplido y en el momento oportuno. Ya que aprendimos a controlarnos internamente, viviendo una genuina alegría, ya que los contratiempos no forjarán estos nuevos valores. Por ende, todo esto nos ayudará a poseer relaciones personales gratificantes, debido a la franqueza y sutileza en el trato.

La Prudencia


Podríamos definirla en palabras justas como una virtud, la cual nos ayuda a actuar frente a las situaciones diarias de la vida, con mayor conciencia. Gracias a ella, nuestra personalidad concordará con alguien decisivo, emprender, comprensivo y conservador. Es decir, la prudencia pasa inadvertida ante nuestros ojos, ya que es muy discreta.

Tal es así, que las personas que viven esta virtud, son aquellas que toman las decisiones acertadas en el momento y lugar adecuado; lo que se proponen lo logran con éxito, en las situaciones más difíciles demuestran calma y serenidad, entre otras cuestiones.

Como mencionábamos anteriormente, este valor, nos ayuda a actuar correctamente ante cualquier circunstancia, mediante la reflexión y razonamiento de los efectos que pueden producir nuestras palabras y acciones en la misma.

Las emociones, el mal humor, las percepciones equivocadas de la realidad y la falta de la justa y necesaria información; en la mayoría de los casos proporciona que tomemos las decisiones incorrectas. Es decir, que posiblemente esto refleje que nos cuesta mucho reflexionar y conversar con calma en cualquier hecho. Es decir, que la prudencia se forma en nosotros por la manera en que nos conducimos frecuentemente, y no a través de lo que aparentamos ser.

Las consecuencias de ser imprudentes, se presentan en todos los niveles de nuestra vida; es decir, en lo personal y colectivo. Por ello, siempre es necesario saber que todas nuestras acciones deben estar destinadas a proteger la integridad de los demás sujetos como primer medida y como símbolo de respeto hacia nuestra especie.

El simple hecho de lastimar a los demás, de tener preocupaciones, no poder comprender los errores de los demás, imposibilitar la vida de los demás o ser antipáticos; son motivos comunes en donde deberíamos centrar nuestras fuerzas, para luchar y tratar cada día de ser un poquitos más prudentes.

Detente a pensar un momento y aprecia las cosas en su justa medida. Luego observarás que todos hacemos más grandes los problemas de los que verdaderamente son, y actuamos y por ende decimos, cosas que por lo general luego terminamos arrepentidos.

Otra cuestión, es tratar de no aparentar ser prudentes, ya que esto significa que no somos capaces de actuar adecuadamente, decidir y comprometernos, por el simple temor que poseemos, junto a la pereza y las razones que creemos son valederas. Seamos sinceros con nosotros mismos y reconozcamos que hay algo que no nos gusta o nos incomoda en determinadas circunstancias.

La inconsciencia en nuestros deberes y en el actuar cotidiano, reflejan la falta de prudencia en nuestras vidas. Nunca pensaste que trabajar con intensidad y provecho, cumplir con las obligaciones y compromisos, ser amables con las personas y preocuparnos por su bienestar general, son una manifestación fiel de esta virtud humana.

Ahora bien, ¿Cuáles son los verdaderos beneficios de actuar con prudencia? En primer lugar, conservamos un buen estado de salud, ya sea física, mental y espiritual; manejamos nuestro presupuesto apropiadamente, cuidamos de las cosas para que ellas funcionen y permanezcan en condiciones para nuestro bienestar.

Ojo, el ser prudente no significa que estemos exentos de equivocarnos. Todo lo contrario, uno aprende de los errores una y otra vez, porque reconoce en cada uno de ellos sus fallos y limitaciones. Uno aprende, pide perdón y consejos.

Recuerda, las mejores decisiones para actuar provienen de la experiencia. Todas las cosas que se desarrollan a nuestro alrededor nos enseñan a ser más críticos y observadores, prediciendo los éxitos y fracasos para cualquier acción a emprender.

Entonces, la prudencia será el valor que nos guíe por el camino más seguro, construyendo en nosotros una personalidad más segura y perseverante, capaz de comprometerse en todo y por todos, el cual generara confianza y reflejará amabilidad por el prójimo.

La Honestidad


La honestidad forma parte de aquellas cualidades mas gratas que puede poseer una persona, ella garantiza confianza, seguridad, respaldo, confidencia, integridad. Si alguna vez debemos hacer un listado de las cualidades que nos gustaría encontrar en las personas o mejor aún, que nos gustaría poseer, seguramente enunciaremos la Honestidad.

En este sentido, la honestidad es una forma de vivir congruente entre lo que se piensa y la conducta que se observa hacia el prójimo, que junto a la justicia, exige en dar a cada quien lo que le es debido. En nuestra vida encontramos a diario actitudes deshonestas como la hipocresía, alguien que aparenta una personalidad que no tiene para ganarse la estimación de los demás; o la mentira; el simular trabajar o estudiar para no recibir una llamada de atención de los padres o del jefe inmediato; el no guardar en confidencia algún asunto del que hemos hecho la promesa de no revelarlo; no cumpliendo con la palabra dada, los compromisos hechos y la infidelidad.

Ser deshonestos nos lleva a romper los lazos de amistad establecidos, en el trabajo, la familia y en el ambiente social en el que nos desenvolvemos. Incluso, la convivencia bajo estos parámetros se torna imposible, pues ésta no se da, si las personas somos incapaces de confiar unos en otros.

Ser honestos significa ser sinceros en todo lo que decimos y hacemos: fieles a las promesas hechas en el matrimonio, en la empresa o negocio en el que trabajamos y con las personas que participan de la misma labor; actuando justamente en el comercio y en las opiniones que damos respecto a los demás. Los que nos rodean esperan que nos comportemos de forma seria, correcta, justa, desinteresada, con espíritu de servicio, pues saben que siempre damos un poco más de lo esperado.

La honestidad puede convertirse en un valor que se viva cotidianamente con los demás, tratando de no perjudicar o herir susceptibilidades, lo cual se puede dar cuando les atribuimos defectos que no tienen o juzgando con ligereza su actuar; incluso, evitando sacar provecho u obtener algún beneficio a costa de sus debilidades o de su ignorancia; procurar no apropiarnos de aquella información importante para la empresa en que trabajamos, o de aquel problema que nos ha confiado nuestro paciente o cliente que ha solicitado nuestra ayuda; tratar de no generar discordia y malos entendidos entre las personas que conocemos; señalando con firmeza el grave error que se comete al hacer calumnias y difamaciones de quienes que no están presentes; devolviendo con oportunidad las cosas que no nos pertenecen y restituyendo todo aquello que de manera involuntaria o por descuido hayamos dañado..

Si realmente pretendemos ser honestos, debemos empezar por enfrentar y asumir con valor nuestros defectos, buscando aquella manera que resulte más eficaz para superarlos, llevando a cabo acciones que mejoren todo aquello que afecta a nuestra persona y como consecuencia, a nuestros semejantes. Ello supone aprender a rectificarnos ante un error y cumplir con nuestras labores grandes y pequeñas sin hacer distinción.

Si podemos gestar un ambiente cálido y confiable, sostenido por relaciones basadas en la honestidad, nos llevará a crecer como personas, espiritualmente, constituyéndonos en verdaderos hombres de bien.

La Sinceridad


A veces, atravesamos malas experiencias... ¿Alguna vez has sentido la desilusión de descubrir la verdad?, ¿esa verdad que descubre un engaño o una mentira?. El sentirnos defraudados provoca incomodidad, esta experiencia nos lleva a procurar que nunca nos suceda lo mismo, y a veces, nos impide volver a confiar en las personas, aún sin ser las causantes de nuestra desilusión.

Sin embargo, como los demás valores, la sinceridad, no es algo que debemos esperar de los demás, es un valor que debemos vivir para tener amigos, para ser dignos de confianza....

La sinceridad es un valor que caracteriza a las personas por su actitud congruente, que mantienen en todo momento, basada en la veracidad de sus palabras y acciones.

Si queremos ser sinceros necesitamos decir siempre la verdad... esto que parece tan sencillo, resulta una tarea muy dificultosa para algunas personas. ¿cuántas veces utilizamos esas mentiras piadosas en circunstancias que consideramos poco importantes?: como el decir que estamos avanzados en el trabajo, cuando aún no hemos comenzado, por la suposición de que es fácil y en cualquier momento podemos estar al corriente. Obviamente, una pequeña mentira, llevará a otra más grande y así sucesivamente... hasta que nos sorprenden.

Incluso, podemos inventar defectos o hacerlos más grandes en una persona, o cuando ocultamos el enojo o la envidia que tenemos. Cuando, con aires de ser "franco" o "sincero", decimos con facilidad los errores que comenten los demás, mostrando lo ineptos o limitados que son.

No obstante, la palabra no constituye el límite único y visible de este valor, también se evidencia en nuestras actitudes. Como, por ejemplo, cuando aparentamos ser una persona que no somos, (normalmente es según el propósito que se persiga: trabajo, amistad, negocios, círculo social...), existe una tendencia a mostrar una personalidad ficticia: inteligentes, simpáticos, educados, de buenas costumbres... En este momento viene a nuestra mente el viejo refrán que dice: "dime de que presumes... y te diré de que careces"; gran desilusión causa el descubrir a la persona como era en la realidad, alguna vez hemos dicho o escuchado: "no era como yo pensaba", "creí que era diferente", "si fuese sincero, otra cosa sería"...

Esto nos demuestra que no sólo debemos decir la verdad para ser sinceros, sino también actuar conforme a la verdad. Ello resulta un requisito indispensable para la sinceridad.

Si nos mostramos tal cual somos en la realidad, nos hace congruentes entre lo que decimos, hacemos y pensamos. De esta manera, logramos el conocimiento y la aceptación de nuestras cualidades, pero también de nuestras limitaciones: los demás nos quieren y aceptan como somos.

Puede ocurrir que faltemos a la Sinceridad por descuido, utilizando las típicas frases "creo que quiso decir esto...", "me pareció que con su actitud lo que realmente pensaba era que ..." ; tal vez y con buena intención, opinamos sobre una persona o un acontecimiento sin conocer los hechos. Para ser sincero, debemos ser responsables en lo que decimos, evitando dar rienda suelta a la imaginación o haciendo suposiciones.

Para ser sincero también se requiere "tacto", esto no significa encubrir la verdad o ser vagos al decir las cosas. Cuando debemos decirle a una persona algo que particularmente puede incomodarla, debemos ser conscientes que el propósito de nuestro comentario es "ayudar", no hacerlo por disgusto o porque "nos cae mal"; además debemos buscar el momento y lugar adecuados para decírselo, esto último garantiza que la persona nos escuchará y descubrirá nuestra buena intención de ayudarle a mejorar.

De esta manera, la Sinceridad requiere valor, nunca se justificará el dejar de decir las cosas para no perder una amistad o el buen concepto que se tiene de nuestra persona. Si por ejemplo, es evidente que un amigo trata mal a su esposa o a sus empleados, tenemos la obligación de decírselo, señalando las faltas en las que incurre y el daño que provoca, no solamente a las personas, sino a la buena convivencia que debe haber.

Actuar de forma sincera implica decir la verdad siempre, en todo momento, aunque le cueste, sin temor al qué dirán. Vernos sorprendidos en la mentira es más vergonzoso.

Además, si somos sinceros aseguramos nuestras amistades, demostramos ser honestos con los demás y con nosotros mismos, convirtiéndonos en personas dignas de confianza por la veracidad que hay en nuestra conducta y nuestras palabras. A medida que pasa el tiempo, esta norma se debe convertir en una forma de vida, una manera de ser confiables en todo lugar y circunstancia.

La Gratitud





Muchas veces se estima que de todos los sentimientos humanos, el más efímero es la gratitud. Quizás haya algo de cierto en esta aseveración. Ya que el saber agradecer es un valor en el que pocas veces se piensa. Tradicionalmente nuestras abuelas nos lo decían "de gente bien nacida es ser agradecida".

Para algunas personas dar las gracias por aquellos servicios cotidianos es muy fácil: el desayuno, la ropa limpia, la oficina aseada... Sin embargo, no siempre es así.

La gratitud implica algo más que pronunciar unas palabras de manera automática, sino que responde a aquella actitud que nace del corazón, en aprecio a lo que alguien más ha hecho por nosotros.

Ahora bien, la gratitud no "devolver el favor": si alguien me sirve una taza de café no significa que después debo servir a la misma persona una taza y quedar iguales... El agradecimiento no es pagar una deuda, es reconocer la generosidad ajena.

Aquella persona agradecida busca tener otro tipo de atenciones con las personas, no piensa en pagar por cada beneficio recibido, sino en poder devolver la muestra de afecto o cuidado que tuvo.

Una muestra sincera de agradecimiento proviene de un niño cuando con una sonrisa, un abrazo o un beso le agradecen a sus padres aquellos obsequios o presentes ¿De qué otra manera podría agradecer y corresponder unos niños? Y con eso, a los padres les basta.

En este sentido, estas muestras de afecto constituyen una manera visible de agradecimiento; la gratitud nace por la actitud que tuvo la persona, más que por el bien (o beneficio) recibido.

A lo largo de nuestra vida nos rodeamos de personas por quienes tenemos especial estima, preferencia o cariño por "todo" lo que nos han dado: padres, maestros, cónyuge, amigos, jefes... El motivo de nuestro agradecimiento se debe al "desinterés" que tuvieron a pesar del cansancio y la rutina. Nos dieron su tiempo, o su cuidado.

No debemos olvidar que nuestro agradecimiento debe surgir de un corazón grande.

No siempre contamos con la presencia de alguien conocido para salir de un apuro, resolver un percance o un pequeño accidente. ¡Cómo agradecemos que alguien abra la puerta del auto, para colocar las cajas que llevamos, o nos ayude a reemplazar el neumático averiado!

El camino para vivir el valor del agradecimiento tiene algunas notas características que implican:

1.- Reconocer el esfuerzo de los demás cuando nos proporcionan ayuda

2.- Acostumbrarnos a dar las gracias

3.-Tener pequeños detalles de atención con todas las personas: acomodar la silla, abrir la puerta, servir un café, colocar los cubiertos en la mesa, un saludo cordial...

La persona que más sirve es la que sabe ser más agradecida.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

La Alegría


Se puede definir a la alegría como algo simple cuya fuente más grande y profunda es el amor. Sin embargo, no es tan sencilla como parece. La alegría es un gozo del espíritu. Nosotros somos seres que experimentamos diferentes sensaciones, el dolor, el sufrimiento, pero también las emociones opuestas a estas, el bienestar y la felicidad.

La alegría es un gozo opuesto al dolor, ya que la primera proviene del interior. Es decir, desde el centro de nuestra mente, de nuestra alma. Todo ello se manifiesta con un bienestar, una paz reflejada en todo nuestro cuerpo. Por ejemplo, sonreímos, tarareamos, silbamos y por sobre todas las cosas nos volvemos más afectuosos. Tal es así, que este estado suele contagiar a quienes nos rodean.

Decidir como afrontar con nuestro espíritu las cosas que nos rodean, es la actitud por la cual surge la alegría. Es decir, no dejarse afectar por las cosas que los rodean y decir que su paz sea mayor que las cosas externas, por lo que esta alegría podríamos decir proviene de adentro.

Como mencionábamos anteriormente, su fuente tradicional, intensa y grandiosa es el amor, especialmente en pareja. Cabría preguntarnos ¿por qué?, es muy simple. El amor rejuvenece y es una fuente espontánea y profunda de alegría. Por lo tanto, ese amor es el principal combustible para estar alegres.

Nuestra alegría es algo que lo pensamos muy poco, sin embargo surge en aquellos momentos de manera espontánea y por diversos motivos. Por lo que dejamos que la vida siga su marcha, sin ser conscientes de que la alegría se construye, por lo que siempre la buscamos.

Tomar con poca seriedad nuestras obligaciones y compromisos para vivir tranquilos y por ende estar alegres, no es la solución más adecuada. Tal es así, que aquella persona que busca evitar la realidad, gana una alegría forzada, es decir, vive inmerso en la comodidad y en la búsqueda de placer, lo cual tiene una corta duración.

Entonces, para vivir el valor de la alegría, debemos ver lo bueno que hacemos con voluntad, esfuerzo, energía y cariño. Desde el trabajo que realizas, por mas que sea el mismo todos los días, ya que el beneficia a otras personas, a tu familia, pero también lo hace a ti.

Por otra parte, la satisfacción de proporcionar educación, alimentos y cuidados a tu familia; hace que sientas gusto por su júbilo. El tener amigos y vivir en armonía con la sociedad; mantener buenas relaciones con tus vecinos, ser aceptado por tu educación y respeto demostrado ante los demás, el cuidado del medio ambiente y la participación en iniciativas de ayuda a los más necesitados; son motivos de gozo y satisfacción interior.

Ayudar con todos nuestros medios y posibilidades a nuestro alcance, sin interés alguno y por el simple hecho de sólo querer hacerlo, da la sensación de que el valor de la alegría está totalmente distanciado del egoísmo. Y esto es así, ya que todas las personas están primero que la nuestra.

La sensación del deber cumplido, cada vez que realizamos algo bueno, con sacrificio o no, y con desprendimiento de nuestra persona y de nuestras cosas, nos excede de paz interior, y eso es alegría.

Por lo tanto, todo lo que apreciamos y valoramos en la vida, se debe al esfuerzo que pusimos para lograrlo y alcanzarlo, entonces su consecuencia más inmediata serán los beneficios que obtendremos de ese desempeño.

Ahora, algo importante a no olvidar, es que un motivo suficiente de alegría y de fiel agradecimiento, es el poseer vida. Y sin lugar a dudas, que por más circunstancias adversas que se nos presenten, siempre sacaremos de nosotros algo positivo y de provecho para ayudar a los demás.

Y por último, acordate de que todas las personas somos capaces de dispersar desde lo más adentro de nuestro ser: alegría. Simplemente con una sonrisa o con actitudes serenas de tu persona, exteriorizaras este goce, lo cual es propio de una persona que sabe apreciar y valorar todo lo que existe a su alrededor. La capacidad de experimentarla se aprende, se cultiva, y por ende, se incrementa.

El Respeto


La vida sociedad nos hace reflexionar sobre el valor del respeto, esto trae aparejado la necesidad de establecer algún tipo de certezas en torno a las ideas y la tolerancia. Es decir: ¿Qué hay que saber sobre el Respeto, la Pluralidad y la Tolerancia?

Respeto, Pluralismo y Tolerancia : Cuando hablamos de respeto hablamos de los demás. De esta manera, el respeto implica marcar los límites de las posibilidades de hacer o no hacer de cada uno y donde comienzan las posibilidades de acción los demás. Es la base de la convivencia en sociedad.

Las leyes y reglamentos establecen las reglas básicas de lo que debemos respetar. Sin embargo, el respeto no es sólo hacia las leyes o la conducta de las personas. Por el contrario, se relaciona con la autoridad, como sucede con los hijos y sus padres o los alumnos con sus maestros. El respeto también es una forma de reconocimiento, de aprecio y de valoración de las cualidades de los demás, ya sea por su conocimiento, experiencia o valor como personas.

A su vez, el respeto tiene que ver con las creencias religiosas: ya sea porque en nuestro hogar tuvimos una determinada formación, o porque a lo largo de la vida, hemos construido una convicción. En este sentido, todos tenemos una posición respecto de la religión y de la espiritualidad. Como la convicción religiosa es íntima, resulta una de las fuentes de problemas más comunes en la historia de la humanidad.

De esto deviene el concepto de Pluralidad, esto es, la convivencia de diferentes ideas y posturas respecto de algún tema, o de la vida misma. La pluralidad enriquece en la medida en que hay elementos para formar una cultura. La pluralidad cultural nos permite adoptar costumbres y tradiciones de otros pueblos, y hacerlos nuestros. Sin embargo, cuando la pluralidad se integra en el terreno de las convicciones políticas, sociales y religiosas las cosas se dificultan.

Las dificultades con respecto a estas cuestiones conlleva a la noción de Intolerancia, es decir, “el no tolerar”.Fácilmente, ante alguien que no piensa, no actúa, no vive o no cree como nosotros, podemos adoptar una actitud agresiva. Esta actitud, cuando es tomada en contra de nuestras ideas se percibe como un atropello a uno de nuestros valores fundamentales: la libertad. La intolerancia desarrolla un grado de opresión que torna imposible la convivencia humana. ¿Y nuestra propia tolerancia? ¿Debemos convencer a alguien que no es católico de que no está en la verdad? ¿No es acaso eso ser "intolerante"?

En qué es el respeto, cómo se enseña y por qué es importante enseñarlo a los hijos, el por qué de la intolerancia y de particular interés es la sección "Iglesia y Valores", que nos habla de nuestra propia tolerancia respecto de otras religiones y creencias y de la importancia de la pluralidad y el respeto.

La Sencillez


Quienes poseen una fortaleza interior y un encanto penetrante y perpetuo, son seres de personalidad sencilla. Usualmente no las percibimos con facilidad, pero la encontramos cuando realmente, ellos nos demuestran que son únicos, recios, sin actos involuntarios, y de cualidades evidentes y naturales. Es decir, que la sencillez nos enseña a saber quienes somos en la vida y lo que podemos llegar a ser en ella.

Actualmente nuestra sociedad, carece de un vacío cultural propio de la falta de este valor tan grande que es la sencillez. Esto se debe a que todo se rige según la moda, la ropa que usamos, los autos que poseemos, si tenemos poder, y lo peor de todos si logramos humillar sin necesidad, al resto de los individuos.

Francamente, debemos ser conscientes de que estamos dotados de inteligencia, cualidades y habilidades que nos distinguen. Pero a veces, ello se pierde por el solo hecho de creer que nuestra vida es una eterna competencia y comparación con el resto de los individuos. Esto determina que cada uno de nosotros pierda su espontaneidad y frescura que nos hace únicos; convirtiéndonos en personas intolerables.

Cabe aclarar, que este valor con frecuencia se la relaciona a las personas sencillas, con aquellos que son tímidos e ingenuos, o en el mejor de los casos con la idea de pobreza y suciedad. Por el contrario, ninguno de ellos atañe al valor en cuestión. Ser sencillos, es poseer humildad desde lo más profundo del corazón y además tener lo que se necesita sin gustos superficiales.

Para ser saber si una persona es sencilla, debemos estar atentos a las distintas manifestaciones que esta puede dar. Por ejemplo, desde su forma de hablar la persona sencilla no se convierte en el centro de atención y evita estar en todas las conversaciones, sino por el contrario la palabra es usada con prudencia y de manera apropiada. Es decir, que su lenguaje será comprensible y por sobre todas las cosas acordes a la ocasión, evitando en todo momento hablar de sus logros, aciertos y reconocimientos alcanzados.

Por lo tanto, la falsedad y las complicaciones deben estar ajenas a nuestras ideas y pensamientos más internos. Para ello, no busquemos problemas y dificultades donde no existen, tratando de no hacer preguntas y comentarios que solo corroboran lo que anteriormente quisimos mostrar.

De todas las manifestaciones más evidentes de una persona sencilla, es frecuentemente los aspectos externos de ella. Por ejemplo, no es extravagante en su forma de vestir, desde la moda, las joyas o los colores llamativos. Sino que, siempre esta acorde a las ocasiones utilizando prendas que concuerdan a su forma de ser.

De acuerdo a sus modales, estos se apartan de ser artificiosos y estudiados en cada situación en particular. La cortesía es propia de la sencillez y se manifiesta claramente en la forma de saludar, utilizar utensilios o hasta leer una carta.


Para la persona sencilla, además el apoyo hacia el otro es incondicional, ya que no presenta miedo en hacerlo y siempre puedes contar con su apoyo. Para el todo será importante y por lo tanto necesario.

La sencillez, es un valor que nos hace apreciar los bienes materiales que poseemos de igual manera. Por ejemplo, estas personas evitan el lujo inútil; ya que adquieren y utilizan solamente aquellos bienes que consideran necesarios. Esto no quita, que puedan comprar cosas de buena calidad por su duración y eficiencia, sino que no lo hacen para presumir ser más.

Cabe aclarar, que ser sencillos no significa que no debamos luchar para superarnos y poseer una vida más digna, sino que si lo hacemos pero desde la perspectiva de este valor.

En consecuencia, todas aquellas personas que son sencillas desde el corazón, son aquellas que aprecian a los demás por lo que son, y poseen un diálogo amable y por ende una amistad sincera. Todo lo que el tiene, esta a disposición del que lo necesite.

Distinguirse, sobresalir y admiración a nuestra figura externa, son deseos superados por el valor de la sencillez. Ya que lo que importa, es lo que somos desde nuestro interior, logrando que a nuestro alrededor más personas estén verdaderamente por lo que somos.

La Paciencia


Actualmente, nuestras vidas se desarrollan a un ritmo acelerado. A tal punto que todo pasa por hacer y llegar con prisa, también para resolver nuestros asuntos personales y del trabajo, surgiendo muchas veces roces con personas que a lo mejor pudiéramos evitar.

Lo que ocurre es que todo lo que queremos tiene que ser “ya”, ocasionando que nuestra vida cotidiana no tenga sensatez y uno sea menos amable hacia los demás. Tal es así, que todos estamos inmersos en una época denominada “prisa”. Aquí debemos detenernos y pensar un poco sobre el valor de la paciencia, ya que sino nos sentiremos cada vez más molestos con esa carrera que llevamos, y que es nuestra propia vida, y que es única.

Por lo tanto, podemos definir a la paciencia como el valor que nos hace como personas: tolerar, comprender, padecer y soportar los contratiempos y las advertencias con fortaleza y por ende sin lamentos; esto es posible porque uno aprende a actuar acorde a cada circunstancia, moderando las palabras y la conducta en esos momentos.

De igual manera no debemos confundir lo que se llama indiferencia e insensibilidad con las actitudes de paciencia. Esto siempre ocurre cuando nos encontramos con personas que a nuestro criterio son molestas y fastidiosas, y escuchamos aparentando tener una actitud paciente y efectivamente lo que buscamos es evadir de esa situación lo más rápido posible. Y obviamente tratando de que no se den cuenta, para no herir sus sentimientos.

Por otra parte, el no detenerse a considerar las posibilidades reales de éxito, tiempo y esfuerzo que se necesitan para alcanzar un determinado fin, es el principal obstáculo del desarrollo de este valor y se denomina impaciencia. Tal es así, que uno debe moderarse y entender de nuestros alcances para evitar cargarse de demasiados compromisos que posiblemente no los podrán efectuar.

Por ejemplo, el ahorrar puede ser una forma de medir nuestra paciencia, pero si quitamos de vista nuestro objetivo, nuestra meta será cada vez más inalcanzable y lejana. O bien la paciencia para educar a nuestros hijos, ya que son más traviesos de lo que uno muchas veces se espera, pero el verdadero reto es tener la habilidad para educarlos tolerantemente y de la mejor manera posible.

Sin embargo, podríamos decir que el hecho de soportar y tolerar las contrariedades más inesperadas, también constituyen retos, aunque de menor importancia pero que hacen al desarrollo de la paciencia. Tal es el caso de sobrellevar inclemencias del tiempo, ser comprensivos en la realización de tareas junto a otras personas, ante la falta de sus experiencias, conocimientos para realizarlas efectivamente, entre otras. Si en cualquiera de ellos nos obsesionamos, el resultado puede ser totalmente el opuesto al deseado, por lo que se recomienda ser pacientes, ya que ella nos enseña la manera por la cual debemos hacer las cosas.

Recuerda, ten buena predisposición para acudir a aquellos lugares donde siempre para ti son perdidas de tiempo, porque ello puede disgustarnos innecesariamente. Otra cuestión es no mostrar impaciencia y hacer cosas de mala gana, ante el pedido de favores. Ante ello se recomienda que esa actividad se cuente como fija, dentro de nuestro tiempo y quehaceres, ya que de esa manera será posible realizarla de manera agradable.

Las reacciones espontáneas no tienen una finalidad precisa, por lo cual se recomienda tomarse un tiempo para escuchar, razonar y en el momento más indicado actuar o emitir la opinión más acertada a la circunstancia. Si nos olvidamos de esto, nos ganará la desesperación.

Pero, ¿cuáles son los verdaderos estímulos que ganamos de ser pacientes? La verdad es que son múltiples, desde el mantenimiento y mejora relacional con nuestra pareja, hijos y compañeros de trabajo; hasta las amistades más duraderas.

Así la persona que vive pacientemente, logra comprender mejor la naturaleza de los sucesos, creando paz y armonía a su alrededor. Es decir, que posee la sensibilidad para afrontar todas aquellas contrariedades conservando la calma y por ende, su equilibrio interior.

Tal es así, que una vez conocida o presentida una dificultad que es preciso superar o algún bien deseado que tarda en llegar, soportaremos las molestias presentes con serenidad. Y nos ayudará a moderar los excesos de tristeza y a esperar con calma el bien deseado.

La Voluntad Humana


Los seres humanos poseen una capacidad que los mueve a realizar cosas de manera intencionada, por encima de las dificultades o contratiempos de las mismas.

Todas nuestras acciones se orientan por aquellas situaciones o cosas que aparecen como buenas ante nosotros, desde las actividades recreativas hasta el empeño por mejorar en nuestro trabajo, sacar adelante a la familia y ser cada vez más productivos y eficientes.

En relación a esta cuestión, podemos decir que nuestra voluntad opera principalmente en dos sentidos:

- De manera espontánea cuando nos sentimos motivados y convencidos a realizar algo, como salir a pasear con alguien, empezar con un pasatiempo, organizar una reunión, asistir al entrenamiento...

- De forma consciente, cada vez que debemos esforzarnos a realizar las cosas: terminar el informe a pesar del cansancio, estudiar la materia que no nos gusta o dificulta, recoger las cosas que están fuera de su lugar, levantarnos a pesar de la falta de sueño, etc.

Todo esto representa la forma más pura del ejercicio de la voluntad, porque llegamos a la decisión de actuar contando con los inconvenientes.

En lo cotidiano, algunas actividades que iniciamos con gusto, al poco tiempo se convierten en un reto o un desafío poco deseable. De esta manera, nos enfrentamos con una disyuntiva: abandonar o continuar con estas actividades.

Con relativa facilidad podemos dejarnos llevar por el gusto dejando de hacer cosas importantes; esto se aprecia fácilmente cuando vemos a un joven que dedica horas y horas a practicar un deporte, cultivar una afición o a salir con sus amigos, por supuesto, abandonando su estudio; en los muchos arreglos del hogar o en la oficina que tienen varios días o semanas esperando atención: el desperfecto en el contacto de luz; el pasto crecido; ordenar el archivero, los cajones del escritorio, o los objetos y papeles sobre el mismo...

Claramente, nuestra intención no es suficiente, como tampoco el saber lo que debemos hacer. La voluntad sólo se manifiesta "haciendo". No por nada se ha dicho que "obras son amores y no buenas razones".

La falta de voluntad, puede evidenciarse cuando retrasamos el inicio de una labor; cuando priorizamos aquellas actividades que son más fáciles en lugar de las importantes y urgentes, o siempre que esperamos a tener el ánimo suficiente para actuar. La falta de voluntad posee varios síntomas, ninguno de nosotros escapa al influjo de la pereza o la comodidad, dos enemigos que obstruyen nuestras acciones.

Al respecto, podríamos realizar una comparación entre nuestra voluntad y los músculos de nuestro cuerpo, estos últimos se hacen más débiles en la medida que dejan de moverse. Con nuestra voluntad sucede lo mismo, cada situación requiere un esfuerzo, una magnífica oportunidad para robustecerla, de otra manera, se adormece y se traduce en falta de carácter, irresponsabilidad, pereza, inconstancia...

En este sentido, vivimos rodeados de personas ejemplares: aquel padre de familia que cada día se levanta a la misma hora para acudir a su trabajo; la repetición de las labores domésticas de la madre; el empresario que llega antes y se va después que todos sus empleados; quienes dedican un poco más de tiempo a su trabajo y así no dejar pendientes; el deportista que practica horas extras... Cada uno de ellos no sólo asume su responsabilidad, sino que lucha diariamente por cumplir y perfeccionar su quehacer cotidiano, lo que distingue a estas personas es la continuidad y la perseverancia, es decir, su voluntad está capacitada para hacer grandes esfuerzos por períodos de tiempo más largos.

Por otra parte, esta decisión debe ser realista e inmediata, y en algunos casos programada, no sirve de nada postergarla: esperar hasta “el lunes”, “el próximo mes” o el "inicio de año", estos objetivos o buenos propósitos suelen retrasarse para cuando estemos dispuestos o se presenten circunstancias más favorables.

Por lo general, se presentan como ejemplos de este valor, modelos que personifican una fuerza de voluntad a toda prueba frente a condiciones severamente adversas (digamos en la televisión o el cine), sin embargo, la voluntad se fortalece en las pequeñas cosas de nuestra vida cotidiana, normalmente en todo aquello que nos cuesta trabajo, pero al mismo tiempo consideramos poco importante.

Por eso, conviene reflexionar detenidamente en cuatro aspectos que nos ayudarán a conseguir una voluntad firme:

- Control de nuestros gustos personales: Levántate a la hora prevista y sin retrasos (por eso siempre tienes prisa, te pones de mal humor y llegas tarde); come menos golosinas o deja de estar probando cosas todo el día; piensa en una actividad concreta para el fin de semana, y así no estar en estado de reposo todo el tiempo; tus obligaciones y responsabilidades no son obstáculo para las relaciones sociales, organiza tu tiempo para poder cumplir con todo; haz lo que debes hacer sin detenerte a pensar si es de tu gusto y agrado.

- Perfección de nuestras labores cotidianas: Establece una agenda de trabajo por prioridades, esto te permite terminar a tiempo lo que empezaste; revisa todo lo que hagas y corrige los errores; guarda o acomoda las cosas cuando hayas terminado de usarlas; si te sobra tiempo dedícalo a avanzar otras tareas.

- Aprendizaje de cosas nuevas: Infórmate, estudia y pon en práctica las nuevas técnicas y medios que hay para desempeñar mejor tu trabajo; inscríbete a un curso de idiomas; aprende a hacer reparaciones domésticas; desarrolla con seriedad una afición: como aprender a tocar algún instrumento como la guitarra, aprender a pintar, hacer teatro, etc.

- Hacer algo por los demás: En casa siempre hay algo que hacer: disponer la mesa, limpiar y acomodar los objetos, ir a comprar víveres, cuidar a los hijos (o los hermanos, según sea el caso), recoger nuestras prendas, etc.; evita poner pretextos de cansancio, falta de tiempo u ocupaciones ficticias para evitar colaborar; haz lo necesario para llegar puntual a tus compromisos, así respetas el tiempo de los demás. En todos los lugares que frecuentas se presentan muchas oportunidades, ¡decídete!

Es necesario tener en cuenta, que una voluntad férrea se convierte a la vez en escudo y arma para protegernos de ciertas situaciones, miles de personas han caído en la dependencia y en la aniquilación de su dignidad. En este sentido, la voluntad es el motor de los demás valores, no sólo para adquirirlos sino para perfeccionarlos, ningún valor puede cultivarse por sí solo si no hacemos un esfuerzo, pues todo requiere pequeños y grandes sacrificios realizados con constancia.