martes, 31 de agosto de 2010

La Vocación de Servicio


Servir implica ayudar a alguien de una forma espontánea, es decir adoptar una actitud permanente de colaboración hacia los demás. Una persona servicial supone que traslada esta actitud a todos los ámbitos de su vida: en su trabajo, con su familia, ayudando a otras personas en la calle, cosas que aparecen como insignificantes, pero que van haciendo la vida más ligera y reconfortante. Es posible que recordemos la experiencia de algún desconocido que apareció justo cuando necesitábamos ayuda, que luego después de ayudarnos, se perdió y no supimos nada más.

Las personas que son serviciales están continuamente atentas, observando y buscando la oportunidad para ayudar a alguien. Siempre aparecen de repente con una sonrisa y las manos por delante dispuestos a ayudar, en todo caso, recibir un favor hace nacer en nuestro interior un profundo agradecimiento.

La persona servicial, ha superado barreras que parecen infranqueables para las otras personas:

- El miedo a convertirse en el que “siempre hace todo”, en el cual, las otras personas, descargarán parte de sus obligaciones, aprovechándose de su buena predisposición. Ser servicial no es ser débil, incapaz de levantar la voz para negarse, al contrario, por la rectitud de sus intenciones sabe distinguir entre la necesidad real y el capricho.

- Muchas veces nos molestamos porque nos solicitan cuando estamos haciendo nuestro trabajo, o relajados en nuestra casa (descansando, leyendo, jugando, etc).

En estos momentos pensamos ¡Qué molesto es levantarse a contestar el teléfono, atender a quien llama la puerta, ir a la otra oficina a recoger unos documentos... ¿Por qué “yo” si hay otros que también pueden hacerlo?

En este sentido, poder ser servicial implica superar estos pensamientos y actitudes, en otras palabras, quien supera la comodidad, ha entendido que en nuestra vida no todo está en el recibir, ni en dejar la solución y atención de los acontecimientos cotidianos, en manos de los demás.

- A veces se presta un servicio haciendo lo posible por hacer el menor esfuerzo, con desgano y buscando la manera de abandonarlo en la primera oportunidad. Alli se manifiesta la pereza, que también impide ser servicial. Es claro que somos capaces de superar la apatía si el favor es particularmente agradable o de alguna manera recibiremos alguna compensación. ¡Cuántas veces se ha visto a un joven protestar si se le pide lavar el automóvil...! pero cambia su actitud radicalmente, si existe la promesa de prestárselo para salir con sus amigos.

Cada vez que ayudamos a alguien, por pequeño que sea, nos proporciona esa fuerza para vencer la pereza, dando a quienes nos rodean, un tiempo para atender otros asuntos o simplemente, descansar de sus labores cotidianas.

La base para vivir este valor es la rectitud de nuestras intenciones, porque es evidente cuando las personas actúan por interés o conveniencia, llegando al extremo de exagerar en atenciones y cuidados a determinadas personas, por su posición social o profesional, al grado de convertirse en una verdadera molestia. Esta actitud tan desagradable no recibe el nombre de servicio, sino de “servilismo”.

Algunos servicios cotidianos están muy relacionados con nuestros deberes y obligaciones, sin embargo, siempre lo relegamos a los demás o no tomamos conciencia de la necesidad de nuestra intervención:


- Pocos padres de familia ayudan a sus hijos a hacer los deberes escolares, pues es la madre quien siempre está pendiente de esa cuestión. Darse tiempo para hacerlo, permite al cónyuge dedicarse a otras labores.

- Los hijos no ven la necesidad de colocar la ropa sucia en el lugar destinado, si es mamá o la empleada del hogar quien lo hace regularmente.

Algunos otros detalles de servicio que pasamos por alto, se refieren a la convivencia y a la relación de amistad:

- No hace falta preocuparse por preparar la cafetera en la oficina, pues (él o ella) lo hace todas las mañanas.

- En las reuniones de amigos, dejamos que (ellos, los de siempre) sean quienes ordenen y recojan todo lo utilizado, ya que siempre se adelantan a hacerlo.

Estas observaciones nos demuestran que no podemos ser indiferentes con las personas serviciales, todo lo que hacen en beneficio de los demás requiere un esfuerzo, el cual muchas veces, pasa desapercibido por la forma habitual con que realizan las cosas.

Ello supone que, como muchas otras cosas en la vida, adquirir y vivir un valor, requiere estar dispuestos y ser conscientes de nuestras acciones, orientadas hacia ese objetivo. Al respecto debemos realizar algunas consideraciones:

- Realizar esfuerzos por descubrir aquellos pequeños detalles de servicio en lo cotidiano y en lo común: ceder el paso a una persona, llevar esos documentos en vez de esperar que lo haga otro, ayudar en casa a juntar los platos y lavarlos, mantener ordenado el cuarto o mis objetos personales en el trabajo. Estas actitudes nos capacitan para hacer un mayor esfuerzo en lo sucesivo.

- Nunca prestamos atención, pero los demás hacen muchas cosas por nosotros sin que solicitemos su ayuda. Cada una de estas pequeñas situaciones pueden convertirse en un propósito y una acción personal.

- Debemos dejar de pensar que “siempre me lo piden a mí”. ¿Cuantas veces te niegas a servir?... seguramente muchas y frecuentemente. Existe un doble motivo para esta insistencia, primero: que nunca ayudas, y segundo: se espera un día poder contar contigo.

- Si algo se te pide no debes detenerte a considerar lo agradable o no de la tarea, por el contrario, sin perder más tiempo necesitas emprender la tarea que se te solicitó.

Todo esto nos lleva a una conclusión: esperar a recibir atenciones tiene poco mérito y cualquiera lo hace, para ser servicial hace falta iniciativa, capacidad de observación, generosidad y vivir la solidaridad con los demás, haciendo todo aquello que deseamos que hagan por nosotros, viendo en los demás a su otro yo.

La Compasión


Por lo general, la capacidad de conmovernos ante las circunstancias que afectan a los demás se pierde progresivamente, parecería ser que la compasión sólo se tiene por momentos aleatorios. En este sentido, recuperar esa sensibilidad requiere acciones inmediatas para lograr una mejor calidad de vida en nuestra sociedad.

La compasión supone una manera de sentir y compartir, participando de los tropiezos materiales, personales y espirituales que atraviesan los demás, con el interés y la decisión de emprender acciones que les faciliten y los ayuden a superar estos problemas.

Los problemas y las desgracias suceden a diario: las fuerzas naturales, la violencia entre los hombres y los accidentes. La compasión, en estos casos tan lamentables, nos lleva a realizar campañas, colectas o prestar servicios para ayudar en las labores humanitarias.

Sin embargo, no debemos confundir compasión con lástima, ya que no son lo mismo. En este sentido, podemos observar las desgracia muchas veces como algo sin remedio y sentimos escalofrío al pensar que sería de nosotros en esa situación, sin hacer nada, en todo caso, pronunciamos unas cuantas palabras para aparentar condolencia.

Por otra parte, la indiferencia envuelve paulatinamente a los seres humanos, los contratiempos ajenos parecen distantes, y mientras no seamos los afectados, todo parece marchar bien. Este desinterés por los demás, se solidifica y nos hace indolentes, egoístas y centrados en nuestro propio bienestar.

No obstante, aquellas personas que nos rodean necesitan de esa compasión que comprende, se identifica y se transforma en actitud de servicio. Podemos descubrir este valor en diversos momentos y circunstancias de nuestra vida, quizás resulten pequeños, pero cada uno contribuye a elevar de forma significativa nuestra calidad humana:

- Realizar una visita a un amigo o familiar que ha sufrido un accidente o padece una grave enfermedad: más que lamentar su estado, debemos estar pendientes de su recuperación, visitarlo a diario, llevando alegría y generando un clima agradable.

- Si somos padres, debemos tener una reacción comprensiva ante las faltas de nuestros hijos, ya sean por inmadurez, descuido o una travesura deliberada. Reprender, animar y confiar en la promesa de ser la última vez que ocurra...

- Si somos profesores, debemos ser conscientes de la edad y las circunstancias particulares de nuestros alumnos, corrigiendo sin enojo pero con firmeza la indisciplina, y a su vez, poniendo todos los recursos que se encuentran a nuestro alcance para ayudar a ese joven con las dificultades en el estudio.

- Toda persona en la oficina que roba tiempo a sus ocupaciones para explicar, enseñar y hacer entender a sus compañeros las particularidades de su labor, conocedor de su necesidad de trabajo y de la importancia del trabajo en conjunto.

Viviendo a través de la compasión reafirmamos otros valores: como la generosidad y el servicio por poner a disposición de los demás el tiempo y recursos personales; la sencillez porque no se hace distinción entre las personas por su condición; solidaridad por tomar en sus manos los problemas ajenos haciéndolos propios; comprensión porque al ponerse en el lugar de otros, descubrimos el valor de la ayuda desinteresada.

Aunque la compasión nace como una profunda convicción de procurar el bien de nuestros semejantes, debemos crear conciencia y encaminar nuestros esfuerzos a cultivar este valor tan lleno de oportunidades para nuestra mejora personal:

- Evita criticar y juzgar las faltas y errores ajenos. Procura comprender que muchas veces las circunstancias, la falta de formación o de experiencia hacen que las personas actúen equivocadamente. En consecuencia, no permitas que los demás "se las arreglen como puedan" y haz lo necesario para ayudarles.

- Observa quienes a tu alrededor padecen una necesidad o sufren contratiempos, determina cómo puedes ayudar y ejecuta tus propósitos.

- Centra tu atención en las personas, en sus necesidades y carencias, sin discriminarlas por su posición o el grado de efecto que les tengas.

- Rechaza la tentación de hacer notar tu participación o esperar cualquier forma de retribución, lo cual sería soberbia e interés.

- Visita centros para la atención de enfermos, ancianos o discapacitados con el firme propósito de llevar medicamentos, alegría, conversación, y de vez en cuando una golosina. Aprenderás que la compasión te llevará a ser útil de verdad.

La compasión enriquece porque va más allá de los acontecimientos y las circunstancias, centrándose en descubrir a las personas, sus necesidades y padecimientos, con una actitud permanente de servicio, ayuda y asistencia, haciendo a un lado el inútil sentimiento de lástima, la indolencia y el egoísmo.

VIVIR CON ALEGRIA

La Comunicación


La comunicación es indispensable para procurar y mantener las buenas relaciones en todos los ámbitos de nuestra vida, particularmente en la familia, el trabajo y con las personas más cercanas a nosotros. Aún así enfrentamos desacuerdos y discusiones sin sentido, provocando -en ocasiones- una ruptura en las relaciones con los demás. Entender y hacerse comprender, es un arte que facilita la convivencia y la armonía en todo lugar.

Con facilidad podemos perder de vista que la comunicación entra en el campo de los valores. Precisamente cuando hay problemas de comunicación en el trabajo, con la pareja, con los hijos o con los amigos se comienza a apreciar que una buena comunicación puede hacer la diferencia entre una vida feliz o una vida llena de problemas.

El valor de la comunicación nos ayuda a intercambiar de forma efectiva pensamientos, ideas y sentimientos con las personas que nos rodean, en un ambiente de cordialidad y buscando el enriquecimiento personal de ambas partes.

No todas las personas con una magnífica y agradable conversación poseen la capacidad de comunicarse eficazmente, en muchos de los casos transmiten anécdotas y conocimientos producto de la experiencia, la información y las vivencias que han tenido, pero con el defecto de no dar la oportunidad a que otros se expresen y compartan sus puntos de vista. En si, esto no es malo, pero se debe tener cuidado de no caer en excesos.

Queda claro que comunicar no significa decir, expresar o emitir mensajes (para eso están los medios de información), por el contrario, al entablar un diálogo con los demás, tenemos la oportunidad de conocer su carácter y manera de pensar, sus preferencias y necesidades, aprendemos de su experiencia, compartimos gustos y aficiones... en otras palabras: conocemos a las personas y desarrollamos nuestra capacidad de comprensión. Sólo así estaremos en condiciones de servir al enriquecimiento personal de quienes nos rodean.

La buena comunicación tiene algunas características que todos conocemos: escuchar con atención, no acaparar la palabra, evitar interrumpir, utilizar un lenguaje propio y moderado, lo cual demuestra educación y trato delicado hacia las personas. Pero este valor tiene elementos fundamentales e indispensables para lograr una verdadera comunicación:

- Interés por la persona. Cuántas veces nuestra atención total está reservada para unas cuantas personas, nos mostramos atentos y ávidos de escuchar cada una de sus palabras. Por otra parte, los menos afortunados se ven discriminados porque consideramos su charla como superficial, de poco interés o de mínima importancia. Pensemos en los subordinados, los hijos o los alumnos ¿Realmente nos interesamos por sus cosas, sus problemas y conversaciones?

Toda persona que se acerca a nosotros considera que tiene algo importante que decirnos: para expresar una idea, tener una cortesía o hacer el momento más agradable; participarnos de sus sentimientos y preocupaciones; solicitar nuestro consejo y ayuda...

- Saber preguntar. A pesar del esfuerzo por expresar las cosas con claridad no siempre se toman en el sentido correcto (y no hablamos de malas intenciones o indisposición) Recordemos con una sonrisa en los labios, como después de una breve discusión llegamos al consenso de estar hablando de los mismo pero en diferentes términos. Las causas son diversas: falta de conocimiento y convivencia con las personas, distracción, cansancio...

El punto es no quedarnos con la duda, aclarar aquello que nos parece incorrecto, equivocado o agresivo para evitar conflictos incómodos e inútiles que sólo dejan resentimientos.

- Aprender a ceder. Existen personas obstinadas en pensar que poseen la mejor opinión debido a su experiencia, estatus o conocimientos; de antemano están dispuestos a convencer, u obligar si es necesario, a que las personas se identifiquen con su modo de pensar y de parecer, restando valor a la opinión y juicio de los demás. No es extraño en ellos la inconformidad, la crítica y el despotismo, inmersos en conflictos, críticas y finalmente convertidos en las últimas personas con quien se desea tratar.

La comunicación efectiva es comprensiva, condescendiente y conciliadora para obtener los mejores frutos y estrechar las relaciones interpersonales.

- Sinceridad ante todo. Expresar lo que pensamos, sobre todo si sabemos que es lo correcto (en temas que afecten a la moral, las buenas costumbres y los hábitos), no debe detenernos para mostrar desacuerdo, superando el temor a quedar mal con un grupo y a la postre vernos relegados. Tampoco es justificable callar para no herir a alguien (al compañero que hace mal su trabajo; al hijo que carece de facultades para el deporte pero tiene habilidad para la pintura; etc.), si deseamos el bien de los demás, procuraremos decir las cosas con delicadeza y claridad para que descubran y entiendan nuestra rectitud de intención.

Siempre será importante dar a los demás un consejo y criterio recto, de otra forma continuarán cometiendo los mismos errores o haciendo esfuerzos inútiles para lograr objetivos fuera de su alcance, si actúan así se debe, tal vez, a que nadie se ha interesado en su mejora y bienestar.

Además de los elementos esenciales, es preciso cuidar otros pequeños detalles que nos ayudarán a perfeccionar y a hacer más eficaz nuestra comunicación:

- Comprende los sentimientos de los demás. Evita hacer burlas, criticas o comentarios jocosos respecto a lo que expresan, si es necesario corrige, pero nunca los hagas sentir mal.

- No interpretes equivocadamente los gestos, movimientos o entonación con que se dicen las cosas, hay personas que hacen demasiado énfasis al hablar. Primero pregunta y aclara antes de formarte un juicio equivocado

- Observa el estado de ánimo de las personas cuando se acercan a ti. Todos nos expresamos diferente cuando estamos exaltados o tristes. Así sabrás qué decir y cómo actuar evitando malos entendidos.

- En tus conversaciones incluye temas interesantes, que sirvan para formar criterio o ayudar a mejorar a las personas. Las pláticas superficiales cansan.

- Aprende a ser cortés. Si no tienes tiempo para atender a las personas, acuerda otro momento para charlar. Es de muy mal gusto mostrar prisa por terminar.


No existe medio más eficaz para hacer amistades, elegir a la pareja y estrechar los lazos familiares, profesionales y de amistad. Todos deseamos vivir en armonía, por eso, este es el momento de reflexionar y decidirse a dar un nuevo rumbo hacia una mejor comunicación con quienes nos rodean.

jueves, 19 de agosto de 2010

La Crítica Constructivista


Se puede definir como todo aquel discernimiento que solemos realizar, con el objetivo de ayudar a los demás. Se la considera como una actitud madura, responsable y llena de respeto hacia quienes esta dirigida.

Su valor se funda básicamente en el propósito de lograr un cambio favorable que beneficie a cada una de las personas involucradas en determinadas circunstancias, en sentido de colaboración y respeto fundamentalmente. Sin embargo, hay que tener en cuenta que a veces corremos el riesgo de sujetarnos a este único punto de vista, sin tener presente cuales son verdaderamente las necesidades de los demás.

Es por ello, que esta actitud de criticar constructivamente desarrolla valores muy importantes como lo son la lealtad, honestidad, sencillez, respeto y la amistad. Siempre debemos dejarle en claro al receptor de que nuestra intencionalidad es criticar para construir y de esa manera cambiar y mejorar nuestra forma de vida. Todo ello evitará malos entendidos y una mejor predisposición del sujeto a recibirlo.

Por lo general, nos ocurre que manifestamos inconformidad casi de todo, lo que tiende a realizar una crítica en forma de oposición y rechazo a todo aquello que nos disgusta; es decir hablamos sin fundamentos como simples autoridades competentes. Y por lo tanto son pocas las veces que realizamos un juicio objetivo y valiente sobre nuestro comportamiento y modo de pensar.

Las críticas que realizamos son porque no nos gusta la forma en la que se trabaja en el ámbito diario en el que nos encontramos, calificamos negativamente a nuestros colegas, señalando sus defectos, costumbres y hábitos de nuestros conocidos y amigos, nos enfurecemos cuando en casa las cosas no se hacen a nuestro antojo. Sin embargo, todas ellas son críticas duras y severas hacia personas que conocemos y lugares al que concurrirnos. La cuestión sería preguntarnos si todas estas opiniones negativas son favorables o constructivas en algo.

No debemos olvidarnos que las actitudes honestas, leales y sencillas; determinan que nuestras críticas adquieran valor. Si hay determinadas cosas que nos incomodan, la acción más acertada es acercarnos a los interesados y expresarles abiertamente nuestro punto de vista, logrando que ellos dispongan de su escucha y obtengamos un resultado provechoso para todos.

Ser autocríticos, es evaluar con sencillez y valentía nuestro modo de ser, para concretar finalmente los propósitos que nos ejerciten el verdadero valor de la crítica constructiva. Por ejemplo; escuchar y preguntar a las personas tratando de evaluar cada situación que se presenta, para obtener los elementos que formaran un juicio correcto y acertado para la misma.

Además, debemos tener en cuenta que para ayudar a los demás debemos examinarnos a nosotros mismos, y no criticar por el solo hecho sin saber si no poseemos o hacemos los mismos errores.

Descubre siempre todo lo bueno de las personas y de las cosas. Medita tus intenciones y sentimientos antes de pronunciar algo que no tenga vuelta atrás, remitiéndote a los hechos y no a simples suposiciones. Y lo más importante es que para mejorar tu mismo, debes aceptar con madurez todo tipo de críticas y comentarios que hacen a tu persona.

En conclusión, la reflexión es el camino que debe adoptarse para formular de manera responsable cualquier tipo de crítica. El respeto que debemos a las personas se manifiesta procurando su mejora individual. Finalmente, ello nos llevará a actuar con justicia, convirtiéndose en una actitud de servicio e interés hacia nuestros pares.

La sensibilidad


El valor de la sensibilidad reside en la capacidad que tenemos los seres humanos para percibir y comprender el estado de ánimo, el modo de ser y de actuar de las personas, así como la naturaleza de las circunstancias y los ambientes, para actuar correctamente en beneficio de los demás. Además, debemos distinguir sensibilidad de sensiblería, esta última siempre es sinónimo de superficialidad, cursilería o debilidad.

Sin embargo, en diferentes momentos de nuestra vida cotidiana hemos buscado afecto, comprensión y cuidados, y a veces no encontramos a esa persona que responda a nuestras necesidades e intereses. ¿Qué podríamos hacer si viviéramos aislados? La sensibilidad nos permite descubrir en los demás a ese “otro yo” que piensa, siente y requiere de nuestra ayuda.

Ser sensible implica permanecer en estado de alerta de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, va más allá de un estado de animo como reír o llorar, sintiendo pena o alegría por todo.

¿Acaso ser sensible es signo de debilidad? No es blando el padre de familia que se preocupa por la educación y formación que reciben sus hijos; el empresario que vela por el bienestar y seguridad de sus empleados; quien escucha, conforta y alienta a un amigo en los buenos y malos momentos. La sensibilidad es interés, preocupación, colaboración y entrega generosa hacia los demás.

No obstante, las personas prefieren aparentar ser duras o insensibles, para no comprometerse e involucrarse en problemas que suponen ajenos a su responsabilidad y competencia. De esta manera, las aflicciones ajenas resultan incómodas y los padecimientos de los demás molestos, pensando que cada quien tiene ya suficiente con sus propios problemas como para preocuparse de los ajenos. La indiferencia es el peor enemigo de la sensibilidad.

Lo peor de todo es mostrar esa misma indiferencia en familia, algunos padres nunca se enteran de los conocimientos que reciben sus hijos; de los ambientes que frecuentan; las costumbres y hábitos que adquieren con los amigos; de los programas que ven en la televisión; del uso que hacen del dinero; de la información que reciben respecto a la familia, la moda, la religión, la política... todas ellas son realidades que afectan a los adultos por igual.

Actuando de esta manera, se pierde la posibilidad de construir un futuro diferente. Puede parecer extraño, pero en cierta forma nos volvemos insensibles con respecto a nosotros mismos, pues generalmente, no advertimos el rumbo que le estamos dando a nuestra vida: pensamos poco en cambiar nuestros hábitos para bien; casi nunca hacemos propósitos de mejora personal o profesional; trabajamos sin orden y desmedidamente; dedicamos mucho tiempo a la diversión personal.

En este sentido, la vida marcada por lo efímero y el placer inmediato o dejarse llevar por lo más fácil y cómodo, es la muestra más clara de insensibilidad hacia todo lo que afecta nuestra vida. Reaccionar frente ante las críticas, la murmuración y el desprestigio de las personas, es una forma de salir de ese estado de pasividad e indiferencia, para crear una mejor calidad de vida y de convivencia entre los seres humanos.

Debemos emprender la tarea de conocer más las personas que nos rodean: muchas veces nos limitamos a conocer el nombre de las personas, incluso compañeros de trabajo o estudio, criticamos y enjuiciamos sin conocer lo que ocurre a su alrededor: el motivo de sus preocupaciones y el bajo rendimiento que en momentos tiene, si su familia pasa por una difícil etapa económica o alguien tiene graves problemas de salud. Todo sería más fácil si tuviéramos un interés verdadero por las personas y su bienestar.

En otro sentido, vivimos rodeados noticias y comentarios acerca de los problemas sociales, corrupción, inseguridad, pobreza, distribución de la riqueza de manera desigual etc... estas cuestiones progresivamente las naturalizamos, dejamos que formen parte de nuestra vida sin intentar cambiarlas, dejamos que sean otros quienes piensen, tomen decisiones y actúen para solucionarlos. La sensibilidad nos hace ser más previsores y participativos, pues no es correcto contemplar estos problemas creyendo que somos inmunes y que no nos afectarán.

Por el contrario, la sensibilidad nos hace despertar hacia la realidad, descubriendo todo aquello que afecta en mayor o menor grado al desarrollo personal, familiar y social. Con sentido común y un criterio bien formado, podemos hacer frente a todo tipo de inconvenientes, con la seguridad de hacer el bien poniendo todas nuestras capacidades al servicio de los demás.

La Docilidad


Se define como aquel valor que nos hace conscientes de la necesidad de recibir dirección y ayuda en todos los aspectos de nuestra vida. Es decir, nos hace tener la suficiente humildad y capacidad para considerar y aprovechar la experiencia y conocimientos que los demás tienen.

En este sentido nos disponemos a escuchar con calma y atención; considerando con mayor detenimiento las sugerencias que nos hacen, logrando así tomar decisiones mucho más serenas y prudentes, teniendo como base aquella información recibida.
Aquí la docilidad determina y ayuda a que seamos personas más sencillas.

Usualmente, intentamos solucionar, decidir y ejecutar todo según nuestros criterios, pensando pocas veces de nuestra vida en las necesidades que realmente tienen los demás. Sin embargo, esto no quita que acertemos con la decisión adoptada, pero muchas veces fracasamos y erramos, debido a que consideramos como inútiles los consejos recibidos de aquellos que nos rodean.

Una cuestión a tener en cuenta es que la docilidad, no nos convierte en personas inútiles, dependientes, faltos de carácter y de decisión. Sino lo contrario, alguien que quiera mejorarse en diversos aspectos deja de lado un sentimiento muy común en nosotros: la superioridad, para adentrarse en la ayuda y la guía del que consideremos subjetivamente el más propio para tal opinión; por ejemplo elegimos acorde a criterios como la edad, posición profesional, grado de amistad y mutua simpatía. Sin embargo, rara vez alguien cuenta con nuestras expectativas, ya que deseamos que este sea dúctil con nuestro modo de ser y a nuestro gusto.

A tal punto que solo vemos las críticas, molestias y envidias detrás de las recomendaciones que se hacen respeto a nuestra conducta, trabajo y personalidad, todo ello debido a la falta de carácter que poseemos. Tal es así, que advertir en cada situación una oportunidad de mejora personal o de beneficio para los demás, es un efecto fundamental de la docilidad.

La existencia de personas con habilidades y experiencias personales, nos aconsejarán sobre nuestros defectos y errores, pero con la finalidad de mejorar todos los sentidos de nuestra vida personal. En pocas palabras, la docilidad pretende cambios y buena voluntad y disposición personal para lograr un beneficio mutuo.
Si somos personas que rechazamos ideas y opiniones por propia necedad, es decir que nuestro criterio está por encima de todo, lo único que logramos es mostrar resistencia y poca apertura a todo aquello que este directamente vinculado al cambio.

Ojo, cualquier persona, en algún momento y lugar menos esperado puede ser el que nos proveerá de un buen consejo y sugerencia; ya que la vida misma nos invita a descubrir a cada instante las oportunidades para ser mejores en ella.

Para ello, en los siguientes apartados te ayudaremos a ser más dóciles:
• Piensa y reflexiona, que las personas que más te exigen, es porque te estiman o cumplen con su obligación. Esto puede ser en tu casa, escuela o trabajo.

• Necesariamente, no siempre te agradará lo que te sugieren, pero aprende a considerarlos. Y trata de disponerte de manera positiva con tus acciones.

• Respeta y sigue las indicaciones recibidas, luego podrás hacer con ellas las observaciones convenientes.

• Siempre y cuando el consejo recibido, y en cualquier ámbito sea bueno, haz el propósito de mejorar en ese punto que más te insisten.

• Finalmente, recuerda que los que suplican en orientarte, tienen buena intención en ti, por ello evita criticarlos.

Ahora bien, ustedes se preguntaran: ¿Cuáles son los beneficios personales que obtengo de ser dócil?... y yo les respondo: “muchos”. Por ejemplo: nuestra obediencia colaborará gustosamente para alcanzar objetivos personales o en conjunto, incrementaremos de esta manera la capacidad de adaptación a las exigencias presentadas, maduraremos para evitar ser nuestros propios jueces, tendremos mayor respeto y consideración por las personas. Pero sobre todas las cosas, seremos felices, poniéndonos en manos de los demás y generando así, una mayor confianza

El Aprendizaje


Solamente a través del aprendizaje, las personas obtenemos un conjunto de habilidades y conocimientos que nos proveen las herramientas para resolver todo tipo de problemas. Aprender supone una búsqueda cotidiana y permanente de conocimientos incorporados a través del estudio, la reflexión de las experiencias vividas y la realidad.

Es así que en nuestra vida nos encontramos rodeados de diversas situaciones, ya sea en nuestro trabajo, la familia y en las relaciones interpersonales, en cada lugar debemos tomar iniciativas, resolver situaciones y enseñar a los demás a trabajar, y aprender de nuestros semejantes, a crear una mejor convivencia y a llevar una vida mejor. En este sentido, quien posea más herramientas para realizar estas tareas cotidianas, cumplirá con ellas de forma más eficaz, porque este valor no consiste en acumular conocimientos sino utilizarlos para ayudar, para transformar nuestra vida y nuestro medio.

Muchas veces, se piensa que debemos aprender sólo lo que es necesario e indispensable, para desempeñar una actividad profesional determinada, o incluso, que la vida académica se resuelve haciendo un mínimo esfuerzo.

Sin embargo, ¿por qué nos da pereza aprender? Sencillamente porque deseamos que todo tenga una utilidad práctica e inmediata (como el niño que aprende a contar y a conocer la denominación de las monedas, para comprar con la seguridad de no ser engañado); esto sin agregar el esfuerzo y el tiempo que supone estar frente a un libro o cualquier otro medio.

Ocasionalmente encontramos a personas con la habilidad de obtener conclusiones casi instantáneamente, teniendo una respuesta y explicación para cualquier asunto, en fin, como si todo lo supieran. No obstante, sin quitar mérito a las aptitudes personales, lo excepcional -y producto del aprendizaje- es la capacidad de relacionar hechos, conocimientos y experiencias para tener un criterio bien formado y dar una respuesta oportuna y acertada en cada caso.

Es necesario entender que el perfeccionamiento personal abarca la superación profesional, por lo tanto, debemos preocuparnos por profundizar. Terminar la universidad, comenzar una maestría, emprender un doctorado, asistir a cursos de actualización y diplomados. No podemos olvidar que en el mundo laboral de hoy tener un título universitario ya no es suficiente. Es necesario ir más lejos si se desea un progreso real.

Sin embargo, también podemos obtener otros conocimientos no ligados inmediatamente a nuestra actividad profesional, que nos brindaran un panorama más amplio y acabado de la vida. En este sentido, podemos aprender historia, filosofía, doctrina, literatura, relaciones humanas; o conocimientos técnicos y científicos: manejo de programas para ordenadores (computadoras), administración empresarial, funcionamiento del cuerpo humano, primeros auxilios, nociones de mecánica automotriz o cualquier destreza manual.

Quien aprende de sí mismo, disfruta de la actividad sin cuestionarse el cuándo y para qué utilizará ese conocimiento, cada vez le es más fácil aprender, pues al igual que el cuerpo humano, el intelecto también necesita desarrollarse.

La ausencia de conocimientos muchas veces lleva a que no estemos preparados para la vida y para nuestra profesión, somos incapaces de prevenir y resolver problemas. En este sentido, si un padre de familia no advierte la formación que sus hijos reciben en la escuela, no encontrará explicación a sus cambios de conducta; tener una empresa dejando la administración en manos de otros, no siempre es conveniente; manejar personal sin tener nociones básicas del comportamiento y naturaleza humana, nos lleva a un trato impersonal.

Progresivamente nuestra incapacidad nos convierte en dependientes de las circunstancias y de las personas, buscando culpables y eludiendo responsabilidades. Una persona en constante preparación, se muestra interesada en todo lo que rodea a sus semejantes porque quiere superarse y encontrar la manera de ser más útil.

A su vez, muchas veces no comprendemos los acontecimientos actuales: el cambio cultural producido en los últimos 50 años, las controversias actuales sobre la vida humana; los conflictos internacionales. Podríamos llenar de ejemplos y la concusión sería la misma: es necesario aprender más para comprender mejor lo que sucede en nuestra vida y en el mundo, para dejar de pensar que todo es obra de la casualidad o producto del empeño de unos cuantos.

Entonces, aprender algo nuevo no es pérdida de tiempo, es una manera de alcanzar la superación personal. Podríamos argumentar falta de tiempo y necesidad de descanso, pero todo es cuestión de organización y esfuerzo, tal vez en forma gradual, pero continua.

Para reforzar el valor de aprender puedes:

• Hacerte el hábito de leer al menos un libro por mes.

• Terminar la universidad (si aún no lo has hecho)

• Inscribirte en un curso de actualización o algún diplomado

• Empezar la maestría

• Cursar un doctorado

• Escuchar noticieros, leer el periódico y acercarte a medios que te proporcionen información sobre la realidad que te rodea.

• Comprar revistas sobre temas adicionales a tu profesión u oficio

• Observar cuidadosamente las actitudes de los demás y procura obtener conclusiones que te sirvan en el futuro.

• Desarrollar una nueva afición que te permita obtener nuevos conocimientos en un área que no conoces.

El valor de aprender nos convierte en personas que tienen más herramientas para avanzar en la vida y para ser mejores seres humanos.

La decencia


Constituye aquel valor que nos hace conscientes de la propia dignidad humana, a través de él los sentidos, la imaginación y hasta el propio cuerpo son resguardados de la morbosidad y al uso promiscuo de la sexualidad.

Si una persona abandonara este valor como guía para su vida, de seguro sufriría una transformación tanto en su personalidad como en su vida social: de seguro se volcaría a la búsqueda del placer mundano y continuo, muchas de sus conversaciones aludirían al tema sexual; continuamente buscaría algo que estimule su imaginación y sentidos (revistas, películas, internet, etc.); portaría una mirada inquieta, se enfocaría en personas físicamente atractivas...

En realidad la persona se torna superficial, en vez de considerar como importantes los aspectos humanos de las personas (inteligencia, cualidades, sentimientos), ahora la presencia y el aspecto físico se tornan valores fundamentales que estructuran su vida, los afectos ya no importan.

En otro sentido, faltar a la decencia produce que las relaciones interpersonales se tornen inestables y poco duraderas, fundamentadas solo en la búsqueda de placer , con una falta de compromiso y responsabilidad en la construcción de un núcleo maduro y sólido. Por eso no debe sorprendernos el aumento de infidelidades y divorcios; jóvenes que cambian de pareja con mucha facilidad, madres solteras, orfandad...

En la actualidad, la posmodernidad sustenta un modelo basado en el predominio de lo estético frente a lo ético, y como consecuencia en determinadas empresas el poseer un buen físico y poca calidad moral son los requisitos para obtener un empleo, debido a ello, muchas son las mujeres que pierden “estupendas” oportunidades de trabajo, por vivir la decencia, por no permitir que se abuse de su condición. ¿Políticas empresariales? Seguramente, toda empresa posee cierta política con respecto al perfil de trabajador que desea, y este patrón se traslada hacia el departamento de recursos humanos.

Por el contrario, al vivir este valor se garantiza la unión y estabilidad familiar, los jóvenes descubren que la verdadera realización personal no se alcanza con la satisfacción de los placeres, sino a través de el desarrollo profesional, el trabajo y la formación intelectual; y socialmente las personas no tendrían que preocuparse de la calidad moral de los ambientes que le rodean.

En medio de un ambiente que parece rechazar las buenas costumbres y se empeña en cerrar los oídos a toda norma moral, emerge la personalidad de quien vive el valor de la decencia: una forma de vestir discreta, con buen gusto, elegante si lo amerita la ocasión; sus conversaciones no tienen como tema principal el sexo; en su compañía no existe la incomodidad de encontrar miradas obscenas; su amistad e interés son genuinos, sin intenciones ocultas y poco correctas.

Esta personalidad en ningún momento se asusta ante la sexualidad humana, se puede afirmar que la conoce y entiende con mucho más perfección que el común de las personas. Ahora bien, su propósito no es fingir que no tiene inclinaciones sexuales, les da su lugar, su importancia; ha decidido que lo más valioso del hombre se alcanza a través del entendimiento, el autodominio, el trabajo y la sana convivencia con sus semejantes.

La persona decente demuestra la integridad de su conducta, cuida que no existan interpretación equivocadas con respecto a su comportamiento, aunque trata a todas las personas con respeto y cortesía, evita las compañías cuya conducta es incompatible con su formación.

Para vivir mejor el valor de la decencia, puedes considerar como importante:

- Respeto por los demás. Cuida que tu mirada no ofenda o incomode a las personas.

- Tu educación y principios no bastan para vivir decentemente. La decencia debe cultivarse cotidianamente.

- Cuidado al dirigir tu mirada hacia los otros: evita observar con insistencia a las personas, esto siempre demuestra intenciones poco honestas.

- No basta ser decente, es necesario actuar como tal, esto es la decencia se demuestra a través de las acciones.

La persona que se preocupa por vivir el valor de la decencia en los detalles más mínimos, despierta confianza en los que lo rodean, por la integridad de su conducta. Además, sus relaciones son estables porque procuran basarse en el respeto y el interés por colaborar con los demás. Este valor templa el carácter, a la vez que lo fortifica y ennoblece.

La Familia


Cuando hablamos de familia hacemos referencia a un grupo humano que convive y comparte un mismo espacio. De esta forma, se hace explícita la importancia de la manutención, el respeto, los cuidados y la educación de todos sus miembros. En este sentido, el objetivo es descubrir la esencia que hace a la familia el lugar ideal para forjar los valores, y de esta forma, alcanzar un modo de vida más humano y tolerante, que luego será transmitido a la sociedad entera.

Lo que hay que tener en cuenta es que, el valor de la familia no reside solamente en aquellos encuentros habituales que se gestan en su seno, así como los momentos de alegría y la resolución de problemas cotidianos. El valor nace y se desarrolla cuando cada uno de sus miembros asume con responsabilidad y alegría el papel que le ha tocado desempeñar en la familia, procurando el bienestar, desarrollo y felicidad de todos los demás.

Esto demuestra que formar y llevar una familia por un camino de superación permanente no es una tarea sencilla. Por el contrario, la vida actual y sus exigencias pueden dificultar la colaboración y la interacción. Las razones de ello se encuentran en que muchas veces ambos padres trabajan. Ante esta situación, es necesario dar orden y prioridad a todas nuestras obligaciones y aprender a vivir con ellas. Debemos olvidar que cada miembro cumple con una tarea específica y un tanto aislada de los demás: papá trabaja y trae dinero, mamá cuida hijos y mantiene la casa en buen estado, los hijos estudian y deben obedecer.

Es necesario reflexionar que el valor de la familia se basa fundamentalmente en la presencia física, mental y espiritual de las personas en el hogar, con disponibilidad al diálogo y a la convivencia, haciendo un esfuerzo por cultivar los valores en la persona misma, y así estar en condiciones de transmitirlos y enseñarlos. En un ambiente de alegría toda fatiga y esfuerzo se aligeran, lo que hace ver la responsabilidad no como una carga, sino como una entrega gustosa en beneficio de nuestros seres más queridos y cercanos.

Lo primero que debemos resolver en una familia es el egoísmo: mi tiempo, mi trabajo, mi diversión, mis gustos, mi descanso... si todos esperan comprensión y cuidados ¿quién tendrá la iniciativa de servir a los demás? Si papá llega y se acomoda como sultán, mamá se encierra en su habitación, o en definitiva ninguno de los dos está disponible, no se puede pretender que los hijos entiendan que deben ayudar, conversar y compartir tiempo con los demás.

La generosidad nos hace superar el cansancio para escuchar los problemas de los niños (o jóvenes) que para los adultos tienen poca importancia; dedicar un tiempo especial para jugar, conversar o salir de paseo con todos el fin de semana; la salida a cenar o al cine cada mes con el cónyuge... La unión familiar no se plasma en una fotografía, se va tejiendo todos los días con pequeños detalles de cariño y atención, sólo así demostramos un auténtico interés por cada una de las personas que viven con nosotros.

Otra idea fundamental es que en casa todos son importantes, nadie es mejor o superior. Se valora el esfuerzo y dedicación puestos en el trabajo, el estudio y la ayuda en casa, más que la perfección de los resultados obtenidos; se tiene el empeño por servir a quien haga falta, para que aprenda y mejore; participamos de las alegrías y fracasos, del mismo modo como lo haríamos con un amigo... Saberse apreciado, respetado y comprendido, favorece a la autoestima, mejora la convivencia y fomenta el espíritu de servicio.

Sería utópico pensar que la convivencia cotidiana estuviera exenta de diferencias, desacuerdos y pequeñas discusiones. La solución no está en demostrar quien manda o tiene la razón, sino en mostrar que somos comprensivos y tenemos autodominio para controlar los disgustos y el mal genio, en vez de entrar en una discusión donde, por lo general, nadie queda del todo convencido. Todo conflicto cuyo resultado es desfavorable para cualquiera de las partes, disminuye la comunicación y la convivencia, hasta que poco a poco la alegría se va alejando del hogar.

Cabria recalcar que los valores se viven en el hogar y se transmiten a los demás como una forma de vida, en otras palabras, dando el ejemplo. En este sentido, la acción de los padres resulta fundamental, pero los niños y jóvenes -con ese sentido común tan característico- pueden dar verdaderas lecciones de cómo vivirlos en los más mínimos detalles.

Ello puede verse reflejado en una pequeña anécdota: en una reunión pasó un pequeño de tres o cuatro años de edad frente a un familiar adulto, después de saludarle en dos ocasiones y no recibir respuesta, se dirigió a su madre y le preguntó: "¿Por qué tío (...) no me contestó cuándo le saludé?" La respuesta pudo ser cualquiera, así como los motivos para no recibir respuesta, pero imaginemos el desconcierto del niño al ver como las personas pueden comportarse de una manera muy distinta a como se vive en casa. Se nota que está aprendiendo a cultivar la amistad, a ser sociable y educado, seguramente después de este incidente le enseñarán a ser comprensivo...

En otro sentido, muchas familias se han abocado a la practica religiosa, ya que encuentran en ella, una guía y un soporte para elevar su calidad de vida, ahí se forma la conciencia para vivir los valores humanos de cara a Dios y en servicio de los semejantes. Por tanto, en la fe se encuentra un motivo más elevado para formar, cuidar y proteger a la familia.

En primer lugar los padres son quienes tienen la responsabilidad de formar y educar a sus hijos, sin embargo, estos últimos no quedan exentos. Los jóvenes solteros, y aún los niños, comparten esa misma responsabilidad, pues en este camino todos necesitamos ayuda para ser mejores personas. Actualmente triunfan aquellos que se distinguen por su capacidad de trabajo, responsabilidad, confianza, empatía, sociabilidad, comprensión, solidaridad, valores que se aprenden en casa y se perfeccionan a lo largo de la vida, según la experiencia y la intención de autosuperarse.

En este sentido, si los seres humanos nos preocupáramos por cultivar los valores en familia, todo a nuestro alrededor cambiaría, las relaciones serían más cordiales y duraderas. Así, cada miembro de la familia se convertiría en un ejemplo (según su edad y circunstancias personales), capaz de comprender y enseñar a los demás la importancia y trascendencia que tiene para sus vidas, la vivencia de los valores, los buenos hábitos y las costumbres.

La felicidad de una familia no depende del numero de personas que la integren, mientras que en ella todos participen de los mismos intereses, compartan gustos y aficciones, es decir, se interesen unos por otros.

Ahora bien, podríamos preguntarnos ¿cómo saber si en mi familia se están cultivando los valores? Encontraremos la respuesta si todos dedican parte de su tiempo para estar en casa y disfrutar de la compañía de los demás, buscando conversación, convivencia y cariño, dejando las preocupaciones y el egoísmo a un lado.

Esta serie de reflexiones demuestran que toda familia unida es feliz, más allá de la posición económica, ya que los valores humanos no se compran, se viven, se otorgan y se transmiten como un regalo más preciado que podemos dar. no existe la familia perfecta, pero si aquellas que luchan y se esfuerzan por lograrlo.

La vida en sociedad también supone una vida basada en valores. Posiblemente uno de los valores que habla más de una persona es la decencia. La misma supone una vida basada en la educación, compostura, respeto al semejante y por sí mismo.

La Responsabilidad


La responsabilidad (o la irresponsabilidad) es fácil de detectar en la vida diaria, especialmente en su faceta negativa: la vemos en el plomero que no hizo correctamente su trabajo, en el carpintero que no llegó a pintar las puertas en el día que se había comprometido, en el joven que tiene bajas calificaciones, en el arquitecto que no ha cumplido con el plan de construcción para un nuevo proyecto, y en casos más graves en un funcionario público que no ha hecho lo que prometió o que utiliza los recursos públicos para sus propios intereses.

Sin embargo plantearse qué es la responsabilidad no es algo tan sencillo. Un elemento indispensable dentro de la responsabilidad es el cumplir un deber. La responsabilidad es una obligación, ya sea moral o incluso legal de cumplir con lo que se ha comprometido.

La responsabilidad tiene un efecto directo en otro concepto fundamental: la confianza. Confiamos en aquellas personas que son responsables. Ponemos nuestra fe y lealtad en aquellos que de manera estable cumplen lo que han prometido.

La responsabilidad es un signo de madurez, pues el cumplir una obligación de cualquier tipo no es generalmente algo agradable, pues implica esfuerzo. En el caso del plomero, tiene que tomarse la molestia de hacer bien su trabajo. El carpintero tiene que dejar de hacer aquella ocupación o gusto para ir a la casa de alguien a terminar un encargo laboral. La responsabilidad puede parecer una carga, y el no cumplir con lo prometido origina consecuencias.

¿Por qué es un valor la responsabilidad? Porque gracias a ella, podemos convivir pacíficamente en sociedad, ya sea en el plano familiar, amistoso, profesional o personal.

Cuando alguien cae en la irresponsabilidad, fácilmente podemos dejar de confiar en la persona. En el plano personal, aquel marido que durante una convención decide pasarse un rato con una mujer que recién conoció y la esposa se entera, la confianza quedará deshecha, porque el esposo no tuvo la capacidad de cumplir su promesa de fidelidad. Y es que es fácil caer en la tentación del capricho y del bienestar inmediato. El esposo puede preferir el gozo inmediato de una conquista, y olvidarse de que a largo plazo, su matrimonio es más importante.

El origen de la irresponsabilidad se da en la falta de prioridades correctamente ordenadas. Por ejemplo, el carpintero no fue a pintar la puerta porque llegó su "compadre" y decidieron tomarse unas cervezas en lugar de ir a cumplir el compromiso de pintar una puerta. El carpintero tiene mal ordenadas sus prioridades, pues tomarse una cerveza es algo sin importancia que bien puede esperar, pero este hombre (y tal vez su familia), depende de su trabajo.

La responsabilidad debe ser algo estable. Todos podemos tolerar la irresponsabilidad de alguien ocasionalmente. Todos podemos caer fácilmente alguna vez en la irresponsabilidad. Empero, no todos toleraremos la irresponsabilidad de alguien durante mucho tiempo. La confianza en una persona en cualquier tipo de relación (laboral, familiar o amistosa) es fundamental, pues es una correspondencia de deberes. Es decir, yo cumplo porque la otra persona cumple.

El costo de la irresponsabilidad es muy alto. Para el carpintero significa perder el trabajo, para el marido que quiso pasarse un buen rato puede ser la separación definitiva de su esposa, para el gobernante que usó mal los recursos públicos puede ser la cárcel.

La responsabilidad es un valor, porque gracias a ella podemos convivir en sociedad de una manera pacífica y equitativa. La responsabilidad en su nivel más elemental es cumplir con lo que se ha comprometido, o la ley hará que se cumpla. Pero hay una responsabilidad mucho más sutil (y difícil de vivir), que es la del plano moral.

Si le prestamos a un amigo un libro y no lo devuelve, o si una persona nos deja plantada esperándole, entonces perdemos la fe y la confianza en ella. La pérdida de la confianza termina con las relaciones de cualquier tipo: el chico que a pesar de sus múltiples promesas sigue obteniendo malas notas en la escuela, el marido que ha prometido no volver a emborracharse, el novio que sigue coqueteando con otras chicas o el amigo que suele dejarnos plantados. Todas esta conductas terminarán, tarde o temprano y dependiendo de nuestra propia tolerancia hacia la irresponsabilidad, con la relación.

Ser responsable es asumir las consecuencias de nuestra acciones y decisiones. Ser responsable también es tratar de que todos nuestros actos sean realizados de acuerdo con una noción de justicia y de cumplimiento del deber en todos los sentidos.

Los valores son los cimientos de nuestra convivencia social y personal. La responsabilidad es un valor, porque de ella depende la estabilidad de nuestras relaciones. La responsabilidad vale, porque es difícil de alcanzar.

¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra responsabilidad?

El primer paso es percatarnos de que todo cuanto hagamos, todo compromiso, tiene una consecuencia que depende de nosotros mismos. Nosotros somos quienes decidimos.

El segundo paso es lograr de manera estable, habitual, que nuestros actos correspondan a nuestras promesas. Si prometemos "hacer lo correcto" y no lo hacemos, entonces no hay responsabilidad.

El tercer paso es educar a quienes están a nuestro alrededor para que sean responsables. La actitud más sencilla es dejar pasar las cosas: olvidarse del carpintero y conseguir otro, hacer yo mismo el trabajo de plomería, despedir al empleado, romper la relación afectiva. Pero este camino fácil tiene su propio nivel de responsabilidad, porque entonces nosotros mismos estamos siendo irresponsables al tomar el camino más ligero. ¿Qué bien le hemos hecho al carpintero al despedirlo? ¿Realmente romper con la relación era la mejor solución? Incluso podría parecer que es "lo justo" y que estamos haciendo "lo correcto". Sin embargo, hacer eso es caer en la irresponsabilidad de no cumplir nuestro deber y ser iguales al carpintero, al gobernante que hizo mal las cosas o al marido infiel. ¿Y cual es ese deber? La responsabilidad de corregir.

El camino más difícil, pero que a la larga es el mejor, es el educar al irresponsable. ¿No vino el carpintero? Entonces, a ir por él y hacer lo que sea necesario para asegurarnos de que cumplirá el trabajo. ¿Y el plomero? Hacer que repare sin costo el desperfecto que no arregló desde la primera vez. ¿Y con la pareja infiel? Hacerle ver la importancia de lo que ha hecho, y todo lo que depende de la relación. ¿Y con el gobernante que no hizo lo que debía? Utilizar los medios de protesta que confiera la ley para que esa persona responda por sus actos.

Vivir la responsabilidad no es algo cómodo, como tampoco lo es el corregir a un irresponsable. Sin embargo, nuestro deber es asegurarnos de que todos podemos convivir armónicamente y hacer lo que esté a nuestro alcance para lograrlo.

¿Qué no es fácil? Si todos hiciéramos un pequeño esfuerzo en vivir y corregir la responsabilidad, nuestra sociedad, nuestros países y nuestro mundo serían diferentes.

Sí, es difícil, pero vale la pena.

La Puntualidad




El valor que se construye por el esfuerzo de estar a tiempo en el lugar adecuado.

El valor de la puntualidad es la disciplina de estar a tiempo para cumplir nuestras obligaciones: una cita del trabajo, una reunión de amigos, un compromiso de la oficina, un trabajo pendiente por entregar.

El valor de la puntualidad es necesario para dotar a nuestra personalidad de carácter, orden y eficacia, pues al vivir este valor en plenitud estamos en condiciones de realizar más actividades, desempeñar mejor nuestro trabajo, ser merecedores de confianza.

La falta de puntualidad habla por sí misma, de ahí se deduce con facilidad la escasa o nula organización de nuestro tiempo, de planeación en nuestras actividades, y por supuesto de una agenda, pero, ¿qué hay detrás de todo esto?

Muchas veces la impuntualidad nace del interés que despierta en nosotros una actividad, por ejemplo, es más atractivo para un joven charlar con los amigos que llegar a tiempo a las clases; para otros es preferible hacer una larga sobremesa y retrasar la llegada a la oficina. El resultado de vivir de acuerdo a nuestros gustos, es la pérdida de formalidad en nuestro actuar y poco a poco se reafirma el vicio de llegar tarde.

En este mismo sentido podríamos añadir la importancia que tiene para nosotros un evento, si tenemos una entrevista para solicitar empleo, la reunión para cerrar un negocio o la cita con el director del centro de estudios, hacemos hasta lo imposible para estar a tiempo; pero si es el amigo de siempre, la reunión donde estarán personas que no frecuentamos y conocemos poco, o la persona –según nosotros- representa poca importancia, hacemos lo posible por no estar a tiempo, ¿qué mas da...?

Para ser puntual primeramente debemos ser conscientes que toda persona, evento, reunión, actividad o cita tiene un grado particular de importancia. Nuestra palabra debería ser el sinónimo de garantía para contar con nuestra presencia en el momento preciso y necesario.

Otro factor que obstaculiza la vivencia de este valor, y es poco visible, se da precisamente en nuestro interior: imaginamos, recordamos, recreamos y supuestamente pensamos cosas diversas a la hora del baño, mientras descansamos un poco en el sofá, cuando pasamos al supermercado a comprar "sólo lo que hace falta", en el pequeño receso que nos damos en la oficina o entre clases... pero en realidad el tiempo pasa tan de prisa, que cuando "despertamos" y por equivocación observamos la hora, es poco lo que se puede hacer para remediar el descuido.

Un aspecto importante de la puntualidad, es concentrarse en la actividad que estamos realizando, procurando mantener nuestra atención para no divagar y aprovechar mejor el tiempo. Para corregir esto, es de gran utilidad programar la alarma de nuestro reloj o computadora (ordenador), pedirle a un familiar o compañero que nos recuerde la hora (algunas veces para no ser molesto y dependiente), etc., porque es necesario poner un remedio inmediato, de otra forma, imposible.

Lo más grave de todo esto, es encontrar a personas que sienten "distinguirse" por su impuntualidad, llegar tarde es una forma de llamar la atención, ¿falta de seguridad y de carácter? Por otra parte algunos lo han dicho: "si quieren, que me esperen", "para qué llegar a tiempo, si...", "no pasa nada...", "es lo mismo siempre". Estas y otras actitudes son el reflejo del poco respeto, ya no digamos aprecio, que sentimos por las personas, su tiempo y sus actividades

Para la persona impuntual los pretextos y justificaciones están agotados, nadie cree en ellos, ¿no es tiempo de hacer algo para cambiar esta actitud? Por el contrario, cada vez que alguien se retrasa de forma extraordinaria, llama la atención y es sujeto de toda credibilidad por su responsabilidad, constancia y sinceridad, pues seguramente algún contratiempo importante ocurrió..

Podemos pensar que el hacerse de una agenda y solicitar ayuda, basta para corregir nuestra situación y por supuesto que nos facilita un poco la vida, pero además de encontrar las causa que provocan nuestra impuntualidad (los ya mencionados: interés, importancia, distracción), se necesita voluntad para cortar a tiempo nuestras actividades, desde el descanso y el trabajo, hasta la reunión de amigos, lo cual supone un esfuerzo extra -sacrificio si se quiere llamar-, de otra manera poco a poco nos alejamos del objetivo.

La cuestión no es decir "quiero ser puntual desde mañana", lo cual sería retrasar una vez más algo, es hoy, en este momento y poniendo los medios que hagan falta para lograrlo: agenda, recordatorios, alarmas...

Para crecer y hacer más firme este valor en tu vida, puedes iniciar con estas sugerencias:

- Examínate y descubre las causas de tu impuntualidad: pereza, desorden, irresponsabilidad, olvido, etc.

- Establece un medio adecuado para solucionar la causa principal de tu problema (recordando que se necesita voluntad y sacrificio): Reducir distracciones y descansos a lo largo del día; levantarse más temprano para terminar tu arreglo personal con oportunidad; colocar el despertador más lejos...

- Aunque sea algo tedioso, elabora por escrito tu horario y plan de actividades del día siguiente. Si tienes muchas cosas que atender y te sirve poco, hazlo para los siguientes siete días. En lo sucesivo será más fácil incluir otros eventos y podrás calcular mejor tus posibilidades de cumplir con todo. Recuerda que con voluntad y sacrificio, lograrás tu propósito.

- Implementa un sistema de "alarmas" que te ayuden a tener noción del tiempo (no necesariamente sonoras) y cámbialas con regularidad para que no te acostumbres: usa el reloj en la otra mano; pide acompañar al compañero que entra y sale a tiempo; utiliza notas adheribles...

- Establece de manera correcta tus prioridades y dales el lugar adecuado, muy especialmente si tienes que hacer algo importante aunque no te guste.

Vivir el valor de la puntualidad es una forma de hacerle a los demás la vida más agradable, mejora nuestro orden y nos convierte en personas digna de confianza.

La Honestidad


Es aquella cualidad humana por la que la persona se determina a elegir actuar siempre con base en la verdad y en la auténtica justicia (dando a cada quien lo que le corresponde, incluida ella misma).

Ser honesto es ser real, acorde con la evidencia que presenta el mundo y sus diversos fenómenos y elementos; es ser genuino, auténtico, objetivo. La honestidad expresa respeto por uno mismo y por los demás, que, como nosotros, "son como son" y no existe razón alguna para esconderlo. Esta actitud siembra confianza en uno mismo y en aquellos quienes están en contacto con la persona honesta.

La honestidad no consiste sólo en franqueza (capacidad de decir la verdad) sino en asumir que la verdad es sólo una y que no depende de personas o consensos sino de lo que el mundo real nos presenta como innegable e imprescindible de reconocer.

Lo que no es la honestidad:

- No es la simple honradez que lleva a la persona a respetar la distribución de los bienes materiales. La honradez es sólo una consecuencia particular de ser honestos y justos.

- No es el mero reconocimiento de las emociones "así me siento" o "es lo que verdaderamente siento". Ser honesto, además implica el análisis de qué tan reales (verdaderos) son nuestros sentimientos y decidirnos a ordenarlos buscando el bien de los demás y el propio.

- No es la desordenada apertura de la propia intimidad en aras de "no esconder quien realmente somos", implicará la verdadera sinceridad, con las personas adecuadas y en los momentos correctos.

- No es la actitud cínica e impúdica por la que se habla de cualquier cosa con cualquiera… la franqueza tiene como prioridad el reconocimiento de la verdad y no el desorden.

Hay que tomar la honestidad en serio, estar conscientes de cómo nos afecta cualquier falta de honestidad por pequeña que sea… Hay que reconocer que es una condición fundamental para las relaciones humanas, para la amistad y la auténtica vida comunitaria. Ser deshonesto es ser falso, injusto, impostado, ficticio. La deshonestidad no respeta a la persona en sí misma y busca la sombra, el encubrimiento: es una disposición a vivir en la oscuridad. La honestidad, en cambio, tiñe la vida de confianza, sinceridad y apertura, y expresa la disposición de vivir a la luz, la luz de la verdad.

martes, 17 de agosto de 2010

La Equidad


La Equidad es un valor de connotación social que se deriva de lo entendido también como igualdad. Se trata de la constante búsqueda de la justicia social, la que asegura a todas las personas condiciones de vida y de trabajo dignas e igualitarias, sin hacer diferencias entre unos y otros a partir de la condición social, sexual o de género, entre otras.

El término equidad proviene de la palabra en latín “aéquitas”, el que se deriva de “aequus” que se traduce al español como igual. De este modo, la equidad busca la promoción de la valoración de las personas sin importar las diferencias culturales, sociales o de género que presenten entre si.

La importancia de la equidad toma especial importancia a partir de la constante discriminación que diferentes grupos de personas han recibido a lo largo de la historia. Un claro ejemplo de aquello es la discriminación contra la mujer en el ámbito laboral y social, lo que ha impulsado la creación de diferentes organizaciones, tanto a nivel gubernamental como independiente, las que se hacen cargo de situaciones como esta y luchan contra ellas a diario. Sucede también que en muchas naciones se discrimina a aquellas personas provenientes de otras culturas, marginándolos de la sociedad, y limitando así en forma dramática las posibilidades de surgir y desarrollarse.

No cabe duda de la falta de equidad en el mundo, ya que ejemplos como los anteriormente mencionados existen por millones. Sin embargo, lo más importante es que cada persona, a partir de su propia intimidad y cotidianeidad ponga en práctica la equidad, valorando a cada persona sin tener en cuenta su condición social o sexual, su cultura, su apariencia o su religión, ya que todos los seres humanos se merecen respeto y el ser considerados como tal, teniendo el derecho a acceder a condiciones de vida dignas, en todo el espectro que ésta incluya.

La justicia como Valor


Una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o le pertenece.

Buscar el equilibrio

Una figura famosa representa a la justicia. Se trata de una mujer que lleva los ojos vendados y porta una balanza con sus dos platos en equilibrio. Los ojos vendados significan que, sin importar de quién se trate (sin tomar en cuenta su raza, su religión o su lugar en la sociedad), todos deben recibir lo que les corresponde.

La balanza indica que la decisión no debe inclinarse a favor de una persona y en contra de otra. La injusticia ocurre cuando un plato se inclina más que el otro. Por ejemplo: es injusto que una persona trabaje mucho y le paguen poco, pero también lo es que trabaje poco y le paguen mucho. La injusticia aparece en la vida diaria cuando le negamos a alguien lo que consiguió con su esfuerzo. También aparece en la sociedad cuando hay personas que no tienen casa ni ropa, mientras otras cuentan con más de lo necesario para vivir.


Viviendo el valor

El valor de la justicia se refiere a la concepción que cada época o cultura han tenido de lo que es bueno para todos. Su fin práctico es reconocer lo que le corresponde y pertenece a cada cual hacer que se respete ese derecho, recompensar su esfuerzo y garantizar su seguridad. No se limita a los casos que se tratan en los tribunales, aparece en la vida diaria como un factor del que se derivan relaciones más equilibradas y respetuosas, así como el bienestar de la sociedad en su conjunto.


A cada quien, lo que merece

Estamos rodeados de personas, y nosotros formamos parte del mundo de ellas. Por el hecho de existir a cada una le corresponde vivir en buenas condiciones. Es justo que tenga alimentos, un hogar y la oportunidad de hacer lo mejor de su vida, según su inclinación. Para lograrlo tiene que esforzarse. La justicia consiste en garantizar que el resultado del esfuerzo se respete.

Por ejemplo, si ganamos la competencia de natación, es justo que nos den la medalla. Para que haya justicia nosotros debemos reconocer las ilusiones, el esfuerzo y los resultados de los otros. Si otra persona llegó a la meta antes que nosotros es justo que ella, y no nosotros, reciba la medalla. Cuando existen dudas sobre lo que corresponde a cada quien, hay reglas y leyes para decidirlo. Debemos procurar que se apliquen.

Para la vida diaria

Todos queremos tener acceso a lo mejor, por ejemplo, ganar un concurso u obtener un buen empleo. La justicia permite que las personas que se han esforzado en lograrlo lo consigan.

En situaciones comunes (como cualquier juego o la conducción de un vehículo) seguir las reglas garantiza el orden y la seguridad.

Si dos personas juntan su dinero para comprar un objeto, es recomendable procurar que cada una reciba la parte que le corresponde.

Aunque tengamos prisa para realizar nuestras actividades cotidianas debemos respetar el turno de cada quien.

Por el camino de la justicia

Mira a tu alrededor. Los miembros de tu familia, tus compañeros de clase y las personas que pasan por la calle tienen planes e ilusiones como tú. Si tú aprendes a reconocerlos, ellos reconocerán los tuyos.

La justicia no siempre es automática. Si quieres conseguirla mantente firme en tu lucha. Con seguridad podrás alcanzarla.

La justicia nos protege a nosotros y protege a los demás. Seguir el reglamento de tránsito, por ejemplo, garantiza que todos los conductores (y sus acompañantes) lleguen bien a su destino.

Valor de la Amistad


La amistad es un vínculo que nos proporciona la posibilidad de compartir experiencias, conocimientos e incluso medios económicos. Los lazos de amistad se potencia recíprocamente y no puede existir por separado. La realidad de la amistad es dual. Implica la existencia de al menos dos personas. La amistad necesita a un interlocutor para compartir, crecer mutuamente y descubrir (se) en él sus valores y también sus deficiencias.

El buen amigo no anula al otro sino que lo potencia, es su compañero y un facilitador de sus muchas posibilidades. Sufre cuando tu sufres y se alegra cuando tu te alegras. No es envidioso, ni prepotente ni se aprovecha de ti

La amistad se basa en la mutua confianza, donde el objetivo es ayudar al otro consecuentemente así mismo.

La amistad no se impone, ni se programa, como todo en la vida requiere de un esfuerzo para conseguirlo y lo más importante es poner los medios para lograrlo y mantenerlo.

La amistad se muestra en los momentos felices: el nacimiento de un hijo, la celebración de un ascenso laboral, la inauguración de una casa. En otras ocasiones la amistad se concretiza en una llamada telefónica para pedir un consejo o compartir un proyecto o intercambiar ideas políticas, religiosas o de la propia existencia, o simplemente por esa sensación que tenemos de que existe una persona, aunque sea a cientos de Km., a la que podemos recurrir solamente para hablar y saludarla.

En todas las situaciones, tanto buenas como en los momentos difíciles aparece nuestro amigo al que podemos recurrir y dejarnos aconsejar, descargar, llorar, reír y escuchar. De una u otra forma comunicarnos con él.

La amistad es una relación entre iguales con alguna característica en común. Por eso los profesores, los padres, los jefes no pueden ser amigos de sus alumnos, de sus hijos o de sus empleados.

La amistad no se centra en las cualidades del otro sino más bien en su propia esencia: cómo es como persona, qué cualidades tiene, qué sentimientos provoca.

La amistad no origina simpatía hacia la persona sino empatía: capacidad para comprender y para compartir alegrías y tristezas.

Cuando un amigo nos relata sus confidencias, lo dice según su criterio, y la amistad requiere corregir los errores subjetivos, para poder aprender la objetividad de los hechos.

El amigo es una persona que lo sabe todo de ti y te quiere tal eres.

LA AMISTAD abarca la lealtad y confidencialidad. Lograr la sinceridad mutua.

Los amigos son aquellas personas que en los momentos difíciles esta contigo. La distinción para verdaderos y falsos amigos es la presencia común en los buenos momentos y la sola ayuda de los verdaderos en los malos.

En la amistad buscamos la ayuda incondicional, nos apoyamos con los amigos para pasar mejor las tristezas, duplicar las alegrías y dividir las angustias por la mitad.

Un proverbio sobre la amistad en el que estoy de acuerdo es el siguiente: “El que busca un amigo sin defectos se queda sin amigos”.

A un amigo lo llamas cuando estás pasando por una situación insegura para que nos aconseje según su parecer, le pedimos su opinión, para que luego nosotros elijamos nuestro propio criterio, sin que eso perjudique nuestra relación.

Existen diferencias en la relación de Amistad con la relación del Amor. Diferencias entre los amigos de los conocidos.

La amistad sincera es recíproca, ambas personas enriquecen esa relación, creciendo y aprendiendo de ella.

La sinceridad, la generosidad, la comprensión, el afecto mutuo son pilares sobre los que se construye una mistad que va consolidando con el tiempo. Esto hace falta para lograr una amistad sana y constructiva.

Por eso en el refrán “Amistad por interés, no dura porque no lo es” Amistades de conveniencia, en las que ciertas personas se acercan a quien les puede dar prestigio, y hay otras de verdad en que importa el fortalecimiento del amigo.

En la sociedad actual impera el materialismo al mismo tiempo que es pragmática, prevalece entre la gente el sentimiento de la amistad.

La amistad exige el fiel sentimiento de la sinceridad, la comunicación sin trampas ni exigencias, la entrega mutua sin egoísmo, la preocupación por el otro, la confianza sin límites, la paciencia, el respeto a las ideas, aceptar la forma de vida del amigo, la confianza sin limites, el saber escuchar, saber perdonar, el ser fiel a la amistad aunque este lejos o haya pasado mucho tiempo.

En resumen con el amigo existen dos componentes importantes: confiar y compartir desde tus proyectos, problemas, inquietudes, sueños y fracasos. Todo lo anterior se aprende desde la infancia hasta la edad adulta, pasando por el joven-adolescente que en esta etapa su medio social y los apoyos de amistad encuentra una gran liberación en muchas ocasiones en su confusión mental y emocional, su maduración personal depende de su integración en el mundo adulto. Se siente y tiene la imperiosa necesidad de “aliarse”, de relacionarse con otras personas de su condición y edad.